A las nueve y media en punto, como todos los martes, Lucas terminó de preparar un café con leche con dos medialunas para llevar, dejándolo sobre el mostrador al mismo tiempo que la puerta del local se abría. La campana sonó bajito, anunciando la entrada de una figura familiar. Ignacio, el cliente habitual de ese horario, avanzó con paso confiado hacia el mostrador, su pelo negro rapado a los costados y su nariz recta fruncida adorablemente al percibir el olor del café recién prensado.
-Bienvenido -lo saludó Lucas con una amplia sonrisa. No había más clientes en el café a esa hora, para variar, y podía darse el lujo de saludar en voz alta sin que algún oficinista malhumorado levantara la vista de su computadora para mirarlo mal. Si tanta concentración requería su trabajo que fueran a un lugar menos público, eso es lo que solía pensar Lucas, pero como nunca había tenido que trabajar seriamente en una oficina tampoco podría asegurarlo. Tal vez una cafetería en una de las avenidas más transitadas del barrio de Devoto sí fuera el mejor lugar para trabajar por las mañanas, ¿no?
En dos pasos, Ignacio ya estaba delante del mostrador. Era muy alto, tanto que Lucas tenía que inclinar la cabeza hacia atrás si estaban parados frente a frente, pero eso no pasaba casi nunca. Lo normal era que hubiera un mostrador entre ambos, e Ignacio se inclinara hacia la barra hasta que sus ojos quedaban casi a la misma altura.
-Hoy me quedo a desayunar, Carlos está de un humor de mierda -declaró Ignacio, tomando uno de los dos asientos de la barra. Lucas sacó el café del recipiente portátil y lo puso frente a él, para luego acomodar las medialunas en un platito a un lado.
-¿Se habrá peleado con Juan? Está encerrado en la cocina desde que llegué, me dejó todo el trabajo de apertura -comentó el barista, refiriéndose a su jefe, pastelero, dueño del lugar, y novio de larga data del compañero de trabajo de Ignacio. La pareja vivía en el mismo edificio que él, separados por un pasillo nada más, por lo que si alguien sabía si había sucedido algo más intenso de lo usual, ese era Ignacio.
-Si se pelearon, no fue a los gritos porque no escuché nada. -Ignacio se encogió de hombros y tomó su café, levantando la tapa para soplar un poco antes de dar un sorbo. -Buenísimo, como siempre.
Lucas sonrió, nada lo hacía sentir mejor que la gente apreciando su café. Preparar café lo hacía feliz, incluso si mucha gente no lo entendía y pensaba que estaba perdiendo el tiempo trabajando en un lugar así. Eso era lo que pasaba cuando tus padres eran empresarios y desde chiquito esperaban que siguieras sus pasos y fueras su sucesor en la empresa, solo para salir con ganas de trabajar en atención al público. El mayor deseo de su madre era que esto fuera solo una fase, pero su padre no era tan optimista y hacía notar su desagrado cada vez que se veían.
-Sos el cliente ideal, Ignacio -suspiró.
-¿Cuántas veces te voy a tener que decir que me digas Nacho?
Lucas negó con la cabeza.
-No me sale -se quejó. -Los apodos y yo no funcionamos.
Ignacio iba a decir algo, pero fue interrumpido por la llegada tardía de Quimey, camarero del café y uno de los mejores amigos de Lucas.
-Tarde, Mey -dijo el barista, negando con la cabeza. Era la única persona a la que le perdonaba las constantes impuntualidades y a la que llamaba por un apodo. Porque así era Quimey, tenía una personalidad magnética que le permitía salirse con las suyas sin proponérselo. -Otra vez.
-Esta vez no es mi culpa -protestó. Lucas lo miró esperando a ver qué excusa iba a meter hoy; como gerente, quería echarlo la mitad de los días, pero como amigo sabía que tenía problemas en casa y era más comprensivo. -Se quedó el bondi. Mirá, hasta lo grabé.
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Desayuno para dos
RomancePadres controladores. Un ex malvado. Un mecánico muy atento. Y una relación amorosa falsa. A veces, la vida de Lucas parece una telenovela mal guionada. Lucas salió con Julián durante un total de dos (¡¡dos!!) semanas, pero tanto Julián como los pad...