Facundo, fiel a su palabra y su corazón, llegó con una docena y media de facturas, con crema pastelera y con dulce de leche y dos tortitas negras cuidadosamente elegidas. Si le preguntabas a la mayoría de la gente, era demasiado para tres personas, pero ellos sabían que si una de esas personas era Facundo de repente parecía una cantidad aceptable.
—De acá me voy a internar al gimnasio —comentó Facundo mientras acomodaba la bandeja de facturas en el medio de la mesa de Lucas.
—Callate, que no engordas vos —se quejó Mauricio.
—Fueron tu idea las facturas —le recordó Lucas al mismo tiempo.
—Cállense. Los dos —dijo Facundo, y para agregar dramatismo colocó los codos sobre la mesa y escondió la cabeza entre sus brazos, tapándose las orejas. —Los carbohidratos me llaman.
Lucas y Mauricio se miraron entre ellos con complicidad, luego posaron sus ojos en Facundo, y sin decir nada se empezaron a reír a carcajadas. Su amigo mayor tampoco pudo contenerse durante mucho tiempo, y su pequeña actuación cayó a pedazos cuando sus anchos hombros comenzaron a sacudirse de la risa y hacer temblar la mesa.
—Pará, boludo, me vas a romper la mesa —dijo Lucas entre risas, golpeándolo en la cabeza en broma.
—Voy a preparar el mate.
Mauricio se dirigió a la cocina con la confianza de alguien que había visitado muchas veces y ya sabía dónde estaba todo. Facundo, dejando por fin de reír, levantó la cabeza y lo vio moverse a través de la habitación con una expresión complicada de entender. Cariño, mezclado con molestia, frustración, y tal vez... No, Lucas se dijo que era imposible que hubiera amor o atracción allí. Mauricio había tenido un crush en Facundo años atrás, no había forma de que fuera recíproco en diferido, sería demasiado novelesco. Además, Facundo era hetero, siempre había tenido novias y nunca había dado indicación de que le gustara otro género. Y sin embargo, la forma en que lo miraba, sumada a otras pequeñas acciones, lo hacían sospechar, y Lucas no estaba seguro de cómo actuar al respecto, ni si sería adecuado decir algo.
Con un suspiro resignado, decidió que era mejor esperar a ver si no estaba alucinando antes de tomar alguna decisión. Como amigo, era su deber cuidar los sentimientos de sus amigos y, si se gustaban mutuamente, golpear sus cabezas juntas hasta que se dieran cuenta.
—¿No tenés una yerba normal? —se quejó Mauricio desde la cocina. Lucas no podía verlo, pero ya imaginaba en su mente su cara de exasperación.
—Se terminó y me olvidé de comprar. Usá la que tiene yuyos, no te vas a morir —se burló.
—Todas yerbas con yuyos distintos tenés, sos un raro de mierda —siguió quejándose, como si no lo hubiera escuchado o no le importara.
—Ignacio dice que soy una señora —Lucas sonrió sin pensarlo, recordando sus conversaciones más recientes con el mecánico.
—¿Ignacio? —preguntó Mauricio, dándose cuenta enseguida de la emoción desconocida en la voz de Lucas.
—Sí. El chico que estoy viendo —aclaró. No podía decirle a sus amigos la verdad, estaban demasiado cerca de Julián, no podía correr el riesgo de que se les escapara algo sin querer.
—Entonces sí vas a hablar de él —exclamó Facundo, emocionado. —¿Cómo se conocieron? ¿Quién invitó a salir a quién? ¿Qué tan lejos llegaron? ¿Qué hace su familia? ¿Tiene plata?
—Bajá tres cambios, Facundo —dijo Mauricio negando con la cabeza mientras traía el termo y el mate ya listos.
—Nos conocimos cuando empezó a trabajar cerca del café hace seis meses, viene a desayunar todos los días. Y yo lo invité a salir —dijo Lucas. La parte que podía responder con veracidad, porque si entraba en mentiras muy elaboradas sus amigos se iban a dar cuenta de inmediato.
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Desayuno para dos
RomancePadres controladores. Un ex malvado. Un mecánico muy atento. Y una relación amorosa falsa. A veces, la vida de Lucas parece una telenovela mal guionada. Lucas salió con Julián durante un total de dos (¡¡dos!!) semanas, pero tanto Julián como los pad...