15 - Una copa de champagne... O dos

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Era una limusina. Sus padres habían decidido, en contra su expreso deseo, mandarle una limusina. Lucas se sentía tentado de llamar a su madre por teléfono para quejarse, pero cuando vio la hora que era se lo pensó mejor. Quejarse podía tomar un tiempo y había quedado en ir a buscar a Ignacio en quince minutos. Y vería a su madre en un rato así que llamarla era innecesario cuando podía decirle todo lo que pensaba a la cara después.

El chofer era un hombre joven, de la edad de Lucas o un poco más, así que Lucas decidió bajar la división entre ambos para charlar un poco.

—Soy Lucas —se presentó.

El chofer asintió.

—Me dijeron cuando me contrataron. Mi nombre es Pablo.

—¿Sabés llegar a la dirección que te pasé?

—Tengo GPS, no se preocupe.

—Es que está al lado de donde trabajo. Hago este recorrido en bici todos los días menos los lunes, así que cualquier cosa preguntame —dijo alegremente.

—¿Trabaja en esa zona? ¿Y aún así sus padres le alquilan una limusina? —preguntó Pablo sorprendido.

—Sí, bueno, a mis viejos no les encanta que trabaje ahí, te podrás imaginar.

—¿Es una panadería?

—Cafetería, ¿cómo se dio cuenta? —dijo Lucas sorprendido. ¿Qué pista había dado sin darse cuenta?

—Los lunes libres. Mis abuelos tenían panadería, como buenos gallegos. Nadie de la familia continuó con el oficio, somos un desastre cocinando, hasta te quemo las prepizzas —explicó el chofer, y Lucas se empezó a reír.

—Yo soy un desastre, también —compartió. —Me defiendo en la pastelería, pero todo lo que es comida salada lo arruino. Soy experto en recalentar.

—Habrá que conseguir una novia que le guste cocinar. O un novio, lo que venga —declaró casi con solemnidad. —¿Su novio cocina?

—¿Qué novio?

—El que estamos yendo a buscar —aclaró lentamente Pablo.

—Ah, sí. Todavía no lo comprobé, pero estoy casi seguro que mejor que yo es.

—¿Todavía no le cocinó? ¡Terrible!

—No, no, estamos saliendo hace muy poco —dijo Lucas. Su excusa de siempre.

—Parece que van en serio entonces. Me alegro mucho por usted, Lucas.

Luego de que Pablo dijera eso, se detuvieron frente al café cerrado. Hoy Lucas había ido a trabajar pero se había retirado una hora antes del cierre para arreglarse. Con tantos faltazos que se estaba pegando últimamente, era sorprendente que Juan no se enojara, pero eso pasaba cuando el jefe era más bueno que el pan que cocinaba. De todos modos, Quimey lo había tenido que cubrir tanto que seguramente iba a tener que cubrir a Quimey de vuelta unas cuantas veces para compensar.

Lucas le envió un mensaje a Ignacio para avisarle que estaban abajo esperando, y dos minutos después lo vio aparecer en la puerta del edificio. Su pelo usualmente salvaje estaba peinado hacia atrás, y con los costados recientemente vueltos a rapar parecía un chico malo distinguido. Y su traje también era algo increíble. No era de una de las marcas que solía comprar Lucas. A Lucas le resultaba un fastidio comprar trajes, así que siempre iba por los prefabricados que solo necesitaban ajustes. Pero el traje de Ignacio no era de esos, era uno hecho a medida. El pantalón era negro, la camisa blanca, y la corbata de moño negra, todo muy tradicional hasta ahí, igual a Lucas. Pero donde Lucas tenía un saco de corte clásico blanco, Ignacio tenía un saco color bordó con solapas negras. Para cerrar el look, además, llevaba una flor blanca en la solapa que hacía que el conjunto cerrara a la perfección. Era el jefe malo incomprendido que le robaba el corazón a la chica virgen e inocente en la película romántica, pensó Lucas, sonrojándose al darse cuenta de que él era la chica virgen e inocente en ese escenario.

Desayuno para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora