5 - Ensalada César

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—¿Seguro que no querés nada más?

—De verdad, siempre me pido esta ensalada para comer en el café, es buenísima.

—No te ves como una persona que se pide una ensalada César —comentó Ignacio.

—¿Cómo se ve la gente que pide ensalada César según vos?

—Como una señora.

Lucas se empezó a reír a carcajadas, tanto que la gente de la mesa de al lado les lanzó miradas juiciosas. Sentado en el patio de comidas del shopping cercano a sus trabajos, con Ignacio haciéndolo estallar de risa, Lucas se sentía como un adolescente de nuevo. Durante el secundario, iba demasiado a comer comida chatarra a shoppings con sus amigos Facundo y Mauricio. Facundo se pedía siempre al menos dos combos grandes, Lucas solo uno, y Mauricio muchas veces solo se compraba unas papas o una gaseosa. La situación económica de Mauricio era muy distinta de la de los otros dos, y todo el mundo lo sabía, siendo el único alumno de su año que recibía una beca y necesitaba sí o sí estar entre los tres mejores promedios a fin de año para mantenerla. Pero Mauricio era muy orgulloso y jamás iba a dejar que sus amigos le pagaran la comida, así que Lucas siempre le dejaba la mayor parte de sus papas, diciendo que se había llenado, y Facundo solía pedir una tercera hamburguesa "por las dudas" que muy rara vez llegaba a comer. Mauricio era muy inteligente, claramente sabía que esos eran pequeños gestos de niño rico que hacían para darle una mano, pero elegía callarse porque el hambre que sentía era mayor que su orgullo, en especial en un patio de comidas rodeado de olores que abrirían el apetito hasta de la persona más saciada del mundo.

—En el fondo soy una señora —bromeó Lucas.

—No te creo.

—No, en serio, mis amigos en educación física decían que corro como señora —explicó. —Ahora hace rato que no corro así que no sé si me volví normal o no.

Ignacio estiró la mano a través de la mesa y el corazón de Lucas se detuvo por un segundo. Por la incertidumbre, no por otras razones, para nada. Cuando Ignacio alcanzó el sobre de sal que estaba al lado de la mano de Lucas, él suspiró con cierto alivio. Era eso nomás, nada para alarmarse...

El pulgar de Ignacio rozó casualmente la mano del barista en su retirada, y Lucas sintió que su cerebro se quedaba en blanco, tanto que, cuando una servilleta apareció delante de su línea de visión, casi se cayó de la silla del sobresalto.

—Tenés... Ahí —dijo Ignacio, indicando un lado de su rostro.

Avergonzado, Lucas tomó la servilleta de papel y se limpió donde Ignacio señaló. Un poco de condimento de la ensalada había salpicado y él ni se había enterado. Intentando que Ignacio no lo notara, revisó su remera por más salpicaduras.

—No tenés más, no te preocupes —dijo Ignacio sonriendo porque por supuesto que había notado cómo Lucas bajaba la cabeza y estiraba un poco la remera blanca con un dibujo de una silueta de algún ave en el centro que Juan le había prestado para la "cita". Por mucho que lo intentara, Ignacio era demasiado atento y Lucas tenía problemas siendo sutil con sus gestos.

—Soy un desastre —dijo Lucas, intentando disimular su vergüenza con dramatismo y tapando su cara con las manos. Cuando Ignacio no dijo nada, ni de acuerdo ni en desacuerdo, se destapó el rostro y lo miró, frunciendo las cejas. Resulta que, cuando le agarraba un ataque de risa, Ignacio se reía en silencio hasta quedarse sin aire y empezar a toser. —Qué boludo.

—No puedo —dijo, ahogado. —Sos demasiado tierno.

—No soy tierno —masculló, y se concentró en su ensalada, ignorando a su novio falso mientras este seguía su ejemplo y se concentraba en su wok de arroz y pollo.

Desayuno para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora