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— Nunca vengo al mundo humano ¿En qué año estamos?

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— Nunca vengo al mundo humano ¿En qué año estamos?

— 1720 —susurré acomodando mi vestido e intentando verme elegante.

— Vaya... ¿Siguen con la idea de los reyes y duques?

— Eh... ¿Sí? Supongo que sí. —tomé un pequeño sorbo de la taza de té, era de manzana y estaba exquisito. Ya me había preparado mentalmente para beber sangre si es lo que me ofrecía—. Mi marido es un marqués.

— Un marqués... ¿Y tú qué se supone que eres?

Nos quedamos nuevamente en silencio. Según la etiqueta de presentación, debía dar mi nombre y de ahí la posición de mi marido en la jerarquía, no esperé que preguntara de esa manera tan descarada mi posición.

— No soy marquesa si es lo que se pregunta. —casi me doy una cachetada mental al responder de forma tan gorsera—. Soy una jóven campesina.

— ¿No tienes el título de tu esposo? —suspiré de alivio al ver que no le tomó importancia a mi falta de respeto.

— Sería una deshonra. No, no lo soy. Soy la esposa del marqués.

Breves momentos después, casi riego el té cuando ella estalló a carcajadas, dando pequeños golpes en la mesa. Tuve que tomar la taza para que esta no terminara en el suelo echa pedazos.

Lilith, la mujer que precedió a Eva. La primera creación femenina de Dios, se encontraba llorando de la risa en frente de mí.

Yo creo que ya lo he visto todo.

— Querida, tengo más poder del que imaginas. Tus pensamientos son muy divertidos.

¡¿Puede leer la mente?!

— No es eso, pero puedo percibir ciertas cosas.

— Señorita Lilith, no termino de entender que hago aquí...

— Percibo de tí—ignoró por completo mi comentario—, poder, inteligencia y una curiosidad enorme, pero sobretodo... Anhelo a la libertad.

Me sonrió nuevamente, pero esta vez era una sonrisa que irónicamente, me transmitía calidez.

— No eres inferior a los hombres, eres libre de tomar tus propias decisiones. —mi corazón comenzó a latir muy rápido.

He tenido esos pensamientos desde muy pequeña, pero era la primera vez que lo escuchaba de otra persona y era... Abrumador.

— No eres un objeto, eres tú. —su larga uña tocó mi pecho, señalando el lugar en dónde estaba mi corazón—. Eres una mujer que puede hacerlo todo si se lo propone.

Me levanté tirando la silla en el proceso, podía ver cómo esa acción la había tomado por sorpresa, pero igual podía notar una pizca de emoción en su mirada.

Como si mis actos la llenaran de orgullo aún sin haber hecho nada.

— Debo irme.

No sabía a dónde quería llegar con esto, me sentía mareada, enferma. No sabía cómo interpretar sus palabras, mucho menos cuando era un demonio... Ellos son malvados.

FREEDOM || ALASTORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora