capítulo 8: Amenaza

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En la penumbra de un calabozo húmedo y sombrío, una figura encadenada yacía en el suelo frío y sucio. Los muros de piedra, cubiertos de hielo y nieve, se erguían como testigos silenciosos de su sufrimiento. Sencillamente había una única luz en esa celda, incapaz de salir porque terminaría aplastada bajo esa prisión de hielo.

Los grilletes de hierro ceñían sus muñecas y tobillos, y cada movimiento producía un sonido metálico y doloroso. El eco de las cadenas resonaba en la celda, un recordatorio constante de su cautiverio. Sus ojos, aunque cansados y hundidos, conservaban un destello de burla y desafío.

Los días transcurrían en un interminable ciclo de oscuridad y desesperanza. Una noche, cuando la luna llena apenas iluminaba las estrechas ventanas de su celda, una bestia llegó.

La figura encadenada levantó la cabeza lentamente, su ojo se encontró con una grieta.

De pronto miró una figura que destello el color azul de sus ojos y en un intercambio silencioso, una comprensión profunda y mutua se hizo evidente.

Sin decir una palabra con un simple toque rompió los abarrotes de hielo, dejó la puerta abierta.

Con manos temblorosas y llenas de heridas, la prisionera se liberó de sus cadenas que exploraron tras el contacto ajeno. Al levantarse, su figura esbelta y decidida se reveló.

La luz de la luna bañó su rostro, mostrando la determinación que la había llevado a desafiar al poder. La verdadera razón de su intento se mantuvo en su corazón: no era solo una cuestión de venganza o justicia.

A pesar de la dureza de su encarcelamiento, la figura no mostraba arrepentimiento alguno.

No había lugar para el arrepentimiento en su corazón; solo la firme convicción de su lucha, aunque fallida.

Con un toque mínimo de su salvador, con desespero sintió cómo sus venas y su corazón latían con la llegada imprevista del poder que le fue arrebatado. Suspiro de felicidad, dejó de sentir el frío, y carcajeo.

La figura de ojos fugaces le señaló con una de sus garras hacia afuera y la otra le ofreció la mano, con una sonrisa. Cosa que aceptó.

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El sol, el cielo, la energía, todo se sentía más natural que nada, un ambiente tranquilo y lleno de prosperidad.

De repente, un zumbido extraño resonó en su cabeza, un sonido desconocido y perturbador que lo hizo detenerse en seco. El eco de aquel zumbido no era solo un ruido; era una advertencia, una alarma que encendió todos sus sentidos. Su piel se erizó al instante, y una ola de adrenalina recorrió su cuerpo.

Miró a su alrededor, los ojos escudriñando cada sombra, cada movimiento, como si el mismo aire se hubiese vuelto una amenaza.

No era la primera vez que experimentaba esta sensación, pero esta vez era diferente, más intensa, como si una presencia oscura hubiera echado raíces en la tierra bajo sus pies.

El suelo, que momentos antes parecía firme y seguro, ahora le daba la impresión de ser un terreno peligroso, lleno de trampas ocultas. Cada paso que daba le hacía sentir que estaba caminando sobre algo desconocido.

Este zumbido no era un simple aviso; era una advertencia de que algo, o alguien, había llegado, y no tenía intenciones pacíficas. Algo había cruzado el umbral de lo desconocido y había encontrado su lugar en este mundo, con el único propósito de destruirlo.

Su mente se llenó de imágenes fugaces de lo que podría estar acechando en las sombras. Criaturas que se alimentaban de miedo, seres de otros mundos que veían este planeta como un mero campo de caza. Mientras avanzaba con cautela, su respiración se volvió pesada, el aire cargado con una tensión palpable. En cualquier momento, esperaba que la amenaza se revelara, pero el silencio era aún más aterrador que cualquier rugido.

El Imperio Del Mounstro Que Devoró Una Estrella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora