Capítulo 8

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Julia se despertó de su siesta con la cabeza embotada. No solía dormir en las tardes, pero luego de aquella conversación con Carlos, se sintió tan cansada como si hubiera trabajado por tres días seguidos y necesitara dormir tres días seguidos en consecuencia.

Se estiró como un gato y bostezó con ganas, joder, que bien se había sentido. Se levantó para abrir las cortinas de su habitación, dándose cuenta al ver los tonos anaranjados del cielo de que estaba atardeciendo y por lo tanto ya casi era de noche. Esbozó una mueca de desagrado, de verdad que ese hombre le absorbió la energía, nunca dormía tanto; no almorzó ni tampoco acudió al gimnasio al que iba todas las tardes.

Decidió que no iba a dejarse vencer. Ese día no trabajaría, de todas formas, no le hacía falta el dinero y no estaba de humor para escuchar a hombres intentando « sacarla de aquella vida horrible » mientras los tenia entre las piernas. Tomaría esa noche para ella, sería un ensayo para cuando finalmente lograra irse de la ciudad. Lejos de aquel trabajo espantoso, lejos de los recuerdos horribles y especialmente lejos de Carlos Saavedra.

Se lavó el rostro y se cambió para ponerse su ropa de hacer deporte. Al verse al espejo, se dio cuenta que sus ojos esgrimían una determinación magistral. Satisfecha por ese hecho, asintió para sí misma, tomó su bolso de deportes y salió del hotel hacia el gimnasio cercano, el cual se encontraba prácticamente vacío a excepción de algunas personas, eso le agradó. Se dirigió directamente a las pesas.

Gruñó para sí misma al acordarse de la conversación de la mañana. Estaba consciente a plenitud de que los hombres podían ser descarados, pero para ella, Carlos representaba el colmo del descaro ¿Qué no era su intención seducirla? ¡Já! Si no hubiese querido seducirla, no habría vuelto después de que le derramo todo ese café encima, pero volvió; para hablar con ella. No fue malinterpretación de su parte, fueron sus exactas palabras.

Pocas veces estuvo tan encantada con algo.

...

La mañana pasó en la cafetería sin problemas, a pesar del calor espantoso que estaba haciendo lograron despachar rápido a las hordas de ejecutivos ansiosos por su vaso de café y bocadillos para las largas jornadas en sus oficinas elegantes. A veces pensaba que si hubiera seguido estudiando, sería una de esas oficinistas elegantes en sus trajes y tacones; pero que va, para ella no hubo esa opción, apenas logró terminar la secundaria para adultos a los veintitantos años.

También se preguntaba que hubiera sido de su hijo si todavía siguiera vivo. De pequeño, Elías decía que quería ser médico. Un médico exitoso que le compraría a su mami una casa enorme y compraría muchas cosas para que no tuviera que trabajar.

« ¡Eh! ¿Y yo si voy a tener que trabajar? » Preguntaba su padre cuando su hijo daba su pequeño pero poderoso discurso, haciendo que los tres estallaran en carcajadas. Pero cuando Elías cumplió catorce años, ya no existían los discursos poderosos, solo existían los insultos y reproches. ¿Todavía querría ser médico? No tenía ni idea y se sentía culpable por eso.

Mientras limpiaba una de las mesas vacías, emitió un suspiro. Ella era una mujer fuerte, se dijo; tenía que salir adelante; se dijo. Conseguir aquel trabajo fue su primer gran paso, seguiría avanzando, por experiencias anteriores, sabía que el tiempo no lo curaba todo. Pero si podía salir adelante, seguir avanzando hasta que las cosas no dolieran... tanto. Podría seguir respirando.

— ¿Julia? — La voz de Claudia la había sacado de sus lúgubres pensamientos — todo está tranquilo, puedes ir a almorzar. Yo me encargo si llega alguien. ¿Comerás aquí o...?

Ella negó de inmediato. Acercándose detrás del mostrador para tomar su almuerzo de su bolsa. Pensando en su hijo, preparo la que era su comida favorita, pasta a la boloñesa.

Los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora