Capítulo 6

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Cansado como nunca antes lo había estado en su vida, Carlos giró las llaves en la cerradura y se adentro en su casa, el olor a comida de inmediato adentrándose en sus fosas nasales; no sabía si estar feliz o estresado por ese hecho, estaba muerto de hambre, pero si olía a comida significaba que Fernanda ya estaba en casa. Y no estaba listo para confrontar a Fernanda después de aquella conversación con Julia, lo cual era una ridiculez total, considerando que era su esposa. Esa que eligió voluntariamente.

Quitándose el saco, se esforzó en colocar una sonrisa en su rostro al acercarse a la bonita cocina de concepto abierto, recordaba que antes de casarse habían elegido esa casa por aquel detalle, debido a que ambos amaban cocinar, cosa que Fernanda y él tenían en común, otra de tantas. A veces discutían sobre quien iba a preparar el desayuno o la cena, ya que, agregando otro detalle, ambos odiaban que otra persona interviniera mientras preparaban los alimentos.

Todo lo contrario a Julia, que desde el primer día que amanecieron juntos dejo claro con todas sus fuerzas que detestaba cocinar. A él no le importó en lo más mínimo, estaba encantado de cocinar para ella. Y ni hablar de cómo se sintió al verla comer lo que él había preparado con tantas ganas, era como ser el rey del mundo.

¿Por qué no volvió a sentirse así?

— Querido, llegaste temprano — Fernanda apago la hornilla, dejo el cucharon con el que estaba removiendo algo en un sartén y se quito el delantal antes de acercarse a él para besarlo — lo siento, hoy te gane la cocina.

— No es problema — respondió — huele delicioso ¿Qué es?

— Pasta boloñesa, tu favorita — la sonrisa de Fernanda era radiante — hoy es un día especial.

— ¿Especial? — Carlos frunció el ceño, alejándose de su esposa para mirarla detenidamente. Ella siempre se arreglaba, sin embargo, su atuendo no parecía casual, llevaba un vestido rojo con falda hasta la rodilla y tacones altos, además de maquillaje más cargado — ¿Acaso me olvide de algo?

No era ni su aniversario de bodas ni su cumpleaños, de eso estaba seguro. Tenía alarmas especiales en su teléfono para esos dos días en específico. Además de que sus asistentes se encargaban siempre de recordárselo. Eran buenos empleados.

Su esposa rió.

— No, tonto, es una sorpresa. No has olvidado nada.

No pudo evitar proferir un suspiro de alivio, Fernanda volvió a reírse al ver su expresión. Al menos le causaba gracia.

— ¿Qué sorpresa?

— Iba a dártela después de la cena — explicó sin perder su sonrisa ni un poco, acercándose a uno de los cajones de la cocina para sacar una cajita recubierta de terciopelo azul — pero sé que eres una especie de oso y te pones a roncar de inmediato después de comer. Prefiero dártela ahora, quizás podamos celebrar antes de que te pongas a hibernar.

Le entregó la cajita y Carlos la recibió, aunque frunció el ceño.

— No soy un oso — farfulló abriendo la cajita, su ceño fruncido se acentuó al ver el pequeño objeto de plástico recubierto por un hilo de cobre — anda ¿y esto qué es?

Fernanda puso los ojos en blanco.

— No me digas que no sabes que es

— Pues no, no lo sé — respondió como el tonto que sabía que era, tomando el pequeño objeto para analizarlo. Este tenía forma de T

— Es mi anticonceptivo, Carlos, un DIU — le respondió risueña — pedí que me lo retiraran esta mañana.

Carlos se puso pálido de inmediato, sintiendo como el corazón se le subía a la garganta y se le formaba un nudo en el estómago. Como si de repente le quemara, coloco el DIU y la cajita en la encimera más cercana que encontró.

— ¿Por qué has hecho eso? — preguntó, intentando que no se le quebrara la voz. En respuesta, Fernanda se acercó a él, aunque esta vez con el ceño fruncido al ver su expresión. Lo rodeó con sus brazos, aunque él apenas lograba sentirla entre ataque de pánico que empezaba a formarse.

« No puedo, no puedo, no puedo, no estoy listo, no quiero esto »

— Porque no me estoy haciendo más joven, querido. Tengo que tomar la iniciativa en este asunto — la voz de Fernanda era suave, aunque lejos de ser tranquilizadora, le pareció condescendiente. Como si intentara explicarle algo a un niño muy estúpido — quiero tener un bebé, una mezcla tuya y mía, una prueba de nuestro amor correteando por la casa.

Dio varios besos sobre su pecho e intento desabrochar los botones de su camisa en un claro intento de seducirlo, sin embargo, su reacción instintiva fue quitarse sus manos de encima y retroceder. Negando.

— No, no debiste hacer eso, debiste preguntarme primero — balbuceó entre el nudo que le atenazaba la garganta — yo no...

— Si te decía solo ibas a seguir atrasándolo — ahora el tono de Fernanda no era suave, si no de reproche — entiendo que quisieras que en un principio estuviéramos nosotros solos, pero ya ha pasado muchísimo tiempo. No podemos esperar más, quiero tener hijos.

— Pero yo no — respondió sin pensar. Su esposa abrió los ojos con sorpresa.

— ¿Q-qué has dicho? — tartamudeó, incrédula.

Carlos tragó en seco. Ya se había lanzado por el tobogán, hora de asumir las consecuencias.

— No quiero tener hijos, nunca lo he querido — soltó atropelladamente, incapaz de mirarla directo a los ojos — no te lo dije porque sabía que tú querías, no te lo dije porque pensé que lo querría en algún momento... yo... yo...

Miró a los ojos a su esposa que lo observaba en silencio, en total estado de shock, cosa que hacia todo aun más difícil de lo que ya era. Si le gritara, insultara o llorara por lo menos todo fuera más simple. Sabría qué hacer.

Fernanda agachó la vista por un momento, en los que él no pudo ni siquiera moverse de donde estaba. Luego de lo que parecieron siglos, volvió a mirarlo y aunque Carlos esperaba ver lágrimas en su rostro, no había absolutamente nada. De hecho, sus ojos dejaban ver una extraña determinación.

— No importa, lo resolveremos — espetó haciéndolo retroceder con sorpresa — iremos a terapia y verás que cuando nazca nuestro bebé te encariñaras con él.

No podía creer lo que estaba escuchando.

— ¿Pero qué demonios estás diciendo, Fernanda? ¿Acaso escuchaste algo de lo que dije?

— Eres un buen hombre — respondió, encogiéndose de hombros — cariñoso y aunque un poco torpe, creo que serias buen padre. Todo lo que dijiste es producto del miedo, cielo. Podemos superarlo.

— ¡Por supuesto que no! — Tuvo que hacer un esfuerzo enorme por no gritar, aunque no pudo evitar alzar la voz — ¡Tener un hijo no es cuestión de intentarlo! ¡Es una decisión irrevocable en la vida!

— Lo sé, lo sé — respondió, usando de nuevo aquel extraño tono condescendiente — pero considéralo...

— No — la cortó de golpe — he dicho que no.

Sin poder soportar aquella conversación ni un minuto más, se dio la vuelta y camino hacia la salida. Obviamente, su esposa lo siguió.

— Espera un momento ¿A dónde vas? — él no respondió. Solo volvió a colocarse el saco y se aseguro de tomar de nuevo sus llaves y la billetera — ¡Carlos, respóndeme! ¡No puedes irte así!

Ella intentó tomarlo por el brazo en cuanto abrió la puerta principal, sin embargo, él se soltó con facilidad. Sin mirarla aún, prácticamente corrió hacia su auto ignorando los gritos de Fernanda y arrancó sin pensarlo dos veces. Sabía que estaba actuando como un cobarde y que toda esa situación era en gran parte su culpa, pero no podía lidiar con ello ahora. Sentía que se estaba ahogando en un pozo sin fondo.

Y lo único que podía pensar era en escapar.

Los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora