Julia acabó de colocarse la ropa con una expresión neutra, tras de ella, un hombre gordo y sudoroso acababa de abrocharse los pantalones, para después abrir su billetera y sacar como si se tratase de simples caramelos, ocho billetes de los grandes. Los cuales tiro a la cama antes de dedicarle una sonrisa lasciva.
— Espero verte pronto otra vez — dijo, antes de salir de la habitación como si nada hubiera pasado. A Julia no le paso por alto el anillo en su dedo anular, pero como siempre, decidió ignorarlo y tomar el dinero. Después de todo, los matrimonios no eran su problema. Por lo menos no los de todo el mundo, eso estaba claro.
Solo existía un matrimonio que represento, en su momento, un gran problema para ella.
Al demonio, seguía representando un problema, en especial ahora. Sin embargo, no se permitía pensar en ello, no tenía sentido alguno hacerlo. La situación seguía exactamente igual como la había dejado hace doce años. Bueno, aunque igual debía ser lógica ¿Qué pretendía?
¿Qué iba a dejar a su muy perfecta mujer por alguien como ella? No era que tuviera el autoestima bajo, para nada. Su vida había sido complicada, muy complicada, lo admitía. Pero de nada valía sentirse inferior por ello, ni permitir que la pisoteasen por eso. Lo único que valía era afrontarlo, y ya estaba. ¿Para que lamentarse?
Bueno, más bien seria para que seguir lamentándose, porque tenía que admitirlo, en su momento si que se había lamentado. Muchísimo, había llorado, se había revolcado en el suelo sollozando como si el mundo se fuera a acabar en el minuto que intentara ponerse de pie y también había mirado su reflejo en el espejo maldiciéndose por no ser otra persona. Maldiciéndose por no ser ella la que llevaba un hermoso vestido blanco en aquella preciosa capilla de la playa.
Frotó sus sienes mientras caminaba hacia su habitación, en el último piso del hotel. De verdad que intentaba no pensar en ese día, como intentaba no pensar en muchos otros días. Aunque ese, en especial, le causaba un gran dolor de cabeza. Sobre todo, por el hecho de que fue realmente estúpida. ¿Por qué fue ahí en primer lugar?
La primera pregunta volvía a repetirse ¿Qué pretendía con ello? Sus recuerdos son muy borrosos. Él la había dejado unos días antes y ella estaba claramente destrozada, resentida, enojada, ansiosa y muy escéptica. Simplemente se negaba a creer toda las sandeces que él le había dicho. «Te he mentido todo este tiempo, estoy comprometido para casarme con otra. Lo lamento, Julia, de verdad lo lamento»
¿Solo así, después de todo? ¿Después de tantas palabras de amor, de tantas promesas? Se negaba a creerle. Él la había mirado siempre a los ojos cuando le decía que la amaba, en cambio, el día que la abandonó, ni siquiera se atrevía a alzar la vista del suelo. No podía creerle, tenía que estarle mintiendo.
Si les dicen que una mujer de treinta y un años no puede ser una maldita ingenua, es mentira. Ella era la prueba viviente de puedes ser un total inocente sin importar la edad. Ni tampoco las circunstancias de su vida, de hecho. Cualquiera pensaría que una mujer que tuvo un hijo a la corta edad de quince años seria un poco más astuta, cualquiera pensaría que una mujer que quedó viuda a los veintinueve seria más astuta. Cualquiera pensaría que una mujer cuyo hijo se suicido a corta edad de dieciséis años seria más astuta.
Pero no, al parecer cuando repartieron la astucia ella estaba ocupada enamorándose perdidamente de un hombre que estaba fuera de su alcance desde un principio.
Y tomando un autobús para ir a su boda, por cierto. A verlo casarse con una mujer perfecta, más joven que él, guapa, con buena familia... y no era adivina, pero era seguro como el infierno que jamás en su vida tomó una mala decisión. Al contrario de ella, que solo había sido mala decisión tras mala decisión, casi desde el principio de su existencia.
Otra vez volvía a repetirse la pregunta ¿Qué pretendía? ¿Qué iba a darse la vuelta y decirle a ella que le amaba? ¿Qué iba a rechazar a la mujer perfecta en el altar? Ingenuidad, pura ingenuidad.
Porque no es como si él no se hubiera dado cuenta que ella estaba ahí. Lo hizo y tenía ese recuerdo grabado a fuego en su mente, siempre recordaría la expresión en su rostro al verla en el fondo de la iglesia. Tras todos sus familiares que felices, celebraban su boda.
Pensaba que esa sería la última vez que lo vería; si era sincera. Estaba más que dispuesta a luchar porque eso fuera así, por algo abandonó aquel buen trabajo en una cafetería para ir directamente al primer trabajo clandestino que había encontrado.
Bueno... era cierto que existían más. Pero mejor vender tu cuerpo a vender drogas ¿no?
Lo cierto, es que se había ocultado., era una ciudad grande, enorme. No tendría que volver a verlo nunca si ella no quería, fue lo que pensó. Tampoco pensaba que él quisiera verla, ya tenía a una muñeca perfecta ¿para qué querría encontrarse con ella?
Bueno, quizás debería preguntárselo ella misma. Ahora podía hacerlo, porque el maravilloso destino decidió, por quincuagésima vez, escupirle en la cara.
Las casualidades existían y no iba a negarse a ellas, pero lo que pasó, fue más bien como un enredo macabro en su contra. Era demasiado que la chica que rescato de las calles fuera precisamente novia del hermano menor del jodido hombre que había tratado de olvidar por doce años.
¿No podía ser hermano de alguien más? ¿Un vagabundo, tal vez?
Su reencuentro fue algo de película, con pistolas de por medio, golpes, desmayos, gritos e idas al hospital. A pesar de que ya pasaron meses desde que paso todo, aún le costaba creerlo por completo. Aún le costaba creer que paso horas frente a él en aquella sala de hospital, como si solo fueran un par de extraños esperando una cita médica.
Nunca había pasado tanto tiempo mirando fijamente el suelo. Cualquier cosa por evitar mirar ese par de ojos grises que la hicieron perder la cordura en algún momento de su vida.
Tenía miedo, esa era la verdad, porque no podía perder la cordura otra vez y temía que si volvía a mirarlo por demasiado tiempo, volvería a caer en aquel pozo sin fondo. No podía permitírselo, ya había arrastrado el dolor de su amor fallido por demasiado tiempo. Arrastrar con la pérdida de su hijo era más que suficiente, no iba a agregarle más. No podría soportarlo.
Tenía planeado dejar la ciudad. Después de tantos años, tenía suficientes ahorros para dejar su vida tormentosa atrás; dejaría la prostitución por fin, compraría algún negocio decente, quizás una panadería o algún pequeño restaurante y alquilaría algún apartamento bonito donde envejecería en tranquila soledad. Un plan magnifico, solo que tenía un obstáculo.
Una boda.
La parte más lógica de su cerebro le decía no era su problema y no debería ser un obstáculo para poder cumplir el plan que tenía desde hace un par de años. Pero para su desgracia, su lado más cursi adoraba a Adrián e Isabela y no pudo negarse a estar en su boda. La ilusión en sus rostros cuando le pidieron que asistiera podría derretir a cualquiera.
Además, que tu presencia fuera deseada en un evento tan importante era reconfortante, te hacía sentirte querido... especial. Julia tenía mucho tiempo que no se sentía especial, ni mucho menos querida por nadie. Llevaba bien la soledad, pero admitía que a veces era difícil no tener a nadie. Era difícil extrañar la familia que alguna vez tuvo.
Pero la vida era así ¿no? Difícil; eran cosas que no podían cambiarse, se acostumbraría a estar sola de nuevo en cuanto se alejara de ahí.
Solo faltaba un evento con la familia y la perfecta esposa del hombre que alguna vez quiso tener. Que divertido, yei.
¿No podrían patearla en el estómago, mejor?
Todo hubiese sido más simple si la familia Saavedra no fuera tan amigable y altruista; tenían una escuela para niños con capacidades especiales, se reían por cualquier cosa, se apoyaban entre ellos como nadie y cuando supieron lo que había hecho por Isabela no dudaron en apoyarla a ella también, como si fuera una más.
Incluso, la madre llego a ofrecerle trabajo. Era obvio que jamás se había enterado de su existencia. Era obvio que Carlos jamás la nombró.
Y dolía como la mierda, porque hubiese amado con su alma poder ser parte oficial de esa familia. Pero de nada valía ya quejarse ¿cierto? Solo quedaba avanzar, dejar todo atrás.
Eso era lo que iba a hacer.
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Los hilos del destino
RomanceEl amor y el pasado son cosas de las que no siempre se puede escapar. (BORRADOR) Prohibida la copia total o parcial de esta obra.