Capítulo 3

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— Te lo repito, Gabriela, debes olvidarte de ello.

Alejandra cruzó los brazos sobre su pecho, mirando ceñuda a su gemela. Gabriela coloco los ojos en blanco, antes de darse la vuelta en la silla para volver a fijarse en la pantalla del computador.

— No estoy haciendo nada, Alejandra — respondió con hastió. Escucho a su hermana bufar.

— Pero estás pensando hacerlo, te conozco — espetó — te lo dije, es solo una ilusión. Él es demasiado mayor para ti. Debes olvidarlo de una buena vez, ni siquiera es legal, no está bien. Déjalo en paz, lo has fastidiado demasiado ya.

— Yo no lo he fastidiado. Él siente cosas por mí también, lo sé.

— No, no las siente — las palabras de su hermana eran como dagas — sentía cosas por la ilusión que tú creaste a través de internet. No se enamoró de ti, lo hizo de una mentira y lo sabes, solo que no quieres admitirlo. Nicolás tiene una hija, Gabriela. No está loco. Es un buen tipo y merece una mujer de verdad. Tú eres una niña — enfatizó — somos unas niñas.

Murmuró un par de maldiciones sin quitar sus ojos de la pantalla. A veces no soportaba a su gemela.

— ¿Sabes algo? Me arrepiento de haberte contado todo, debí guardármelo — gruñó — y no soy una niña. Dentro de poco tendré dieciocho años.

— ¿Dentro de poco? Apenas cumplimos diecisiete hace cuatro meses — se burló Alejandra — y ¿quieres saber algo también? Yo me alegro mucho de que me hayas contado todo. Así tengo la oportunidad de evitar que hagas una tontería. Te lo repito, Gabriela, deja a Nicolás en paz.

— ¿Y qué pasa si no quiero hacerlo? — respondió con brusquedad y se maldijo a si misma de inmediato, decir ese tipo de cosas no era muy maduro por su parte e iba en contra de lo que precisamente intentaba demostrar.

No era una jodida niña.

— Se lo diré a mamá y tu culo enorme estará metido en un problema inmenso — la simpleza en el tono de voz de Alejandra la hizo entrar en pánico. Volvió a darse la vuelta en la silla del ordenador para mirarla.

— No te atreverías.

Su hermana enarcó una ceja.

— Entonces no me retes.

Gabriela se desinfló en el asiento, observando fijamente a su gemela, por su postura tosca, era obvio que hablaba muy en serio sobre sacar sus aventuras, porque ambas eran muy parecidas. De hecho, muy a su pesar, sabía que si la situación fuera al revés, ella estaría diciéndole exactamente lo mismo a Alejandra y amenazándola igual. Pero no iba a decírselo, por supuesto, por más razón que tuviera.

Como permaneció en silencio, Alejandra suspiró.

—No creas que hago todo esto por molestarte — su tono ahora era más moderado y conciliador, menos autoritario — lo hago por tu bien, en serio. Crece, madura y después podrás decidir de verdad, en plena consciencia, si quieres estar con un tipo diez años mayor que tú. Pero no tomes decisiones de adulta antes de tiempo, no estás lista. No estamos listas.

Salió de la habitación que compartían, cerrando la puerta con suavidad. Suspirando, volvió a observar el ordenador, aunque ya ni siquiera recordaba que estaba haciendo y no creía que pudiera recordarlo tan fácil. Bufó, apagando el computador, que pérdida de tiempo.

Apoyó la cabeza sobre el escritorio, mirando la pared rosa de su habitación. Desde que eran niñas, su hermana y ella amaban el rosa, cosa que jamás había cambiado. De hecho, muchas cosas no habían cambiado desde su infancia. Volvió a bufar.

Normalmente aceptaba sin rechistar todo lo que su gemela decía, porque la conocía mejor que nadie, porque se conocían mejor que nadie una a la otra. Pero esta vez, odiaba que su hermana tuviera razón. Sabía que debía alejarse de Nicolás.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo.

¿Cómo podía sacarlo de su mente? ¿Cómo podía fingir que su corazón no se aceleraba al verlo en la escuela de su madre? No ir más ahí no era una opción, porque a pesar de que en parte iba a observar a Nicolás, también era cierto que le gustaba mucho ayudar ahí y era divertido, no podía renunciar a eso.

¿Fingir demencia podría ser? Quizás podría ser buena opción, o cambiarse el nombre, irse del país a empezar una nueva vida lejos de todo lo que conocía, también podía enlistarse en el ejército... en la marina, preferiblemente.

Sacudió la cabeza ¿Qué le pasaba? Estaba tan alterada que no podía pensar con lógica. No podía fingir demencia porque sus padres la meterían sin pensarlo en un psiquiátrico, no tenía dinero para irse del país y detestaba el ejército, en especial la marina. Necesitaba relajarse para poder pensar en un plan lógico; un plan lógico y estructurado que evitara el menor daño posible. Y debía ejecutarlo ya.

Ojala tenga las fuerzas para hacerlo.

Los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora