Capítulo 3: El viejo dragón

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La cabeza del príncipe Aenys ya dolía gracias a todas las reuniones a las que se veía obligado a asistir

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La cabeza del príncipe Aenys ya dolía gracias a todas las reuniones a las que se veía obligado a asistir. Los preparativos de la boda real no era algo que avivara su interés, menos aún cuando cada uno de sus pensamientos se encontraba al otro lado del Aguasnegras. No había tenido oportunidad de salir de Desembarco del Rey desde que su boda fue públicamente anunciada, y algo dentro de él le decía que el sentimiento de haber sido traicionado era uno que debía estar atormentando a su hermano menor al no haber escuchado la noticia de sus propios labios. Ese día lo había intentado, por los dioses que Aenys había ido en persona a confesarle sobre su compromiso con Alyssa Velaryon, pero había fallado en sincerarse, dedicándose únicamente a despejar su mente junto a Maegor y a entregarle sus besos, sus caricias, en vez de la realidad de su situación. El Príncipe Heredero comprendía, más no aceptaba del todo que su vida estaba cambiando drásticamente. Un matrimonio a los ojos de los dioses es una promesa inquebrantable, una unión que requiere esfuerzo, fidelidad y devoción por el bien no solo de la pareja, si no de la familia y la descendencia que se logre procrear. Sus encuentros con Maegor debían ser cortados de raíz, así eso significara arrancarse una parte de su alma en el proceso. Aenys tenía un deber, y estaba dispuesto a cumplirlo al pie de la letra.

 Aenys tenía un deber, y estaba dispuesto a cumplirlo al pie de la letra

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-No eres más que una sucia, ¿tanto te gusta que hasta lloras?

Con voraces y bien certeros movimientos de caderas el joven caballero arremetía con estrépito contra la cálida intimidad de esa prostituta que anteriormente le había servido tan bien con la boca. No iba a negar que había disfrutado en demasía haber sido complacido con una mamada tan exquisita, pero nada se sentía mejor que enterrarse entre la suavidad de sus piernas, siendo testigo de cómo la humedad se escurría por sus muslos y lo hacía correr a él en abundancia.

Ya Maegor había perdido la cuenta de todas las mujeres que se había follado en estas dos semanas, pero seguro estaba de que no quedaba una joven en toda la Isla de Rocadragón que no hubiese sido tomada por él. Apenas tenía trece años, y hacía tan solo quince días que había comenzado a tener relaciones sexuales, pero a la reina Visenya ya le preocupaba la cantidad de bastardos que podían estarse cocinando en los hornos de las muchachas. Su hijo estaba fuera de control y por más que intentaba apaciguarlo, hacerlo entrar en razón e incluso tentarlo con justas o enfrentamientos con caballeros de renombre, Maegor solo sabía beber y follar tanto de día como de noche.

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