Capítulo 7: Adiós, viejo

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El ruidoso llanto de Ceryse hizo sacar de quicio a su esposo quien había pasado toda la noche trabajando en las listas de repartición de comida para la población de Rocadragón, la cual con los años se había vuelto más numerosa y recaían bajo el cu...

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El ruidoso llanto de Ceryse hizo sacar de quicio a su esposo quien había pasado toda la noche trabajando en las listas de repartición de comida para la población de Rocadragón, la cual con los años se había vuelto más numerosa y recaían bajo el cuidado del príncipe.

La entrada de su señora madre a su oficina personal hizo que el hombre dejara los pergaminos a un lado y le prestara total atención.

-Lo ha perdido. Por más que intentamos evitarlo, el bebé ya no está.

Le informó la Reina con una expresión de dolor y lástima formándose en su rostro.

-Ella está viva y eso es lo que importa. Si eso es todo, por favor madre, tengo trabajo que hacer.

Si bien pensó que Visenya lo dejaría en paz, Maegor no podía estar más equivocado.

-¿Cómo puedes ser tan frívolo con este asunto, Maegor? ¿No entiendes la importancia de engendrar un heredero? Ya este es el segundo que pierden, a este ritmo te quedarás sin descendencia. Tu hermano ya anunció que tendrá un cuarto hijo y tú...

-¡Deja de compararme con Aenys, madre! Él puede tener hasta diez o veinte hijos si desea, yo no tengo por qué hacer lo mismo. No pondré en riesgo a Ceryse solo para asegurar tu linaje. Ya confórmate con haber sido reina tú, yo no quiero esa carga para mí. Si los dioses no me dan un heredero, pues que así sea. Si deseas terminar de resolver el problema de la comida de nuestra población para el invierno, te exhorto a que tomes este asiento y continúes tú. Yo iré a consolar a mi esposa.

Maegor salió de la habitación para ir al encuentro de su mujer, dejando a su madre vagando entre la preocupación y el enojo. Sinceramente ella no podía entender ese rechazo tan inmenso que su hijo sentía por el trono. Maegor tenía toda la capacidad necesaria para ser un rey digno, pero aún así no albergaba aspiración alguna de utilizarla, como mismo poseía sangre valyria corriendo por sus venas y seguía renuente a reclamar un dragón. Incluso durante la última vez que ella había compartido cena con el rey Aegon, el Príncipe Heredero y la Princesa Consorte, esta última había insinuado a modo de bromas que Maegor parecía tenerle miedo a los dragones, porque de lo contrario ya se hubiese convertido en jinete. Hasta la hija mayor de Aenys, la princesa Rhaena quien contaba ya con trece años, poseía su propia dragona, la hermosa y ligera Fuegoensueño. Tan etérea y llamativa que era la envidia de sus amigas de la corte y de su propio hermano Aegon, nombrado igual que su abuelo el conquistador y siendo por ende el favorito del viejo rey. 

-Perdóname, amor mío. No sirvo ni para darte un heredero, tantos años casados y te he fallado. Tal vez deberías buscar otra que sea capaz de darte lo que yo no he podido.

La Hightower lloraba sin cesar entre los brazos de su esposo, quien aunque no era muy entregado a las muestras de cariño, tampoco tenía la falta de delicadeza como para comportarse distante cuando su esposa acababa de perder a su bebé.

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