Capítulo 9: Amor Obsesivo

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Los dos primeros años del reinado de Aenys junto a su leal hermano Maegor, estaban dando grandes frutos y mantenían a la población rebosante de conformidad

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Los dos primeros años del reinado de Aenys junto a su leal hermano Maegor, estaban dando grandes frutos y mantenían a la población rebosante de conformidad. El proyecto de construcción de la Fortaleza Roja estaba apenas comenzando, y siguiendo los consejos de la Mano del Rey los arquitectos habían iniciado los planos para crear un pozo donde resguardar a los dragones. La vida de ambos Targaryen se basaba mayormente en reuniones, viajes políticos y sobre todo la familia. Incluso Maegor, quien al comienzo se había mostrado lleno de frialdad ante sus sobrinos, había desarrollado un fuerte vínculo con cada uno de ellos incluyendo al pequeño Jaehaerys.

-¿Cómo puedes querer tanto a tus sobrinos y no esforzarte por tener un hijo propio? Maegor, esposo mío, yo quiero un bebé.

Las súplicas de Ceryse con el paso del tiempo se habían vuelto más bien exigencias, y toda esa paciencia que Maegor le había dedicado en sus primeros años de matrimonio estaba agotándose por completo. Él no quería hijos, no necesitaba descendencia, mucho menos con una mujer a la que claramente no amaba. Él le tenía aprecio a Ceryse, la respetaba, la llenaba de riquezas, le permitía gozar de sus logros personales, llevar una vida cómoda y satisfactoria pero no había más que pudiera darle. Maegor no podría entregarle su corazón, no cuando éste ya tenía dueño.

Para Aenys esta cercanía con su hermano luego de tantos años sin verse, sin conversar, sin disfrutar de la compañía mutua, se había convertido en el centro de sus días. No había lugar al que fuera y no exigiera la presencia de su segundo al mando. Incluso cuando más estresado se encontraba no era a su esposa a quien recurría ni al Maestre del palacio, si no a su hermano. Maegor era el único que podía aliviar sus dolores de cabeza, despojarlo de sus preocupaciones y sobre todo hacerlo sonreír cuando más lo necesitaba.

La Reina Alyssa había comenzado a actuar de forma recelosa con su cuñado, notando de cierto modo que a pesar de su eficacia como Mano del Rey, se había convertido en un obstáculo que le impedía a ella estar cerca de su esposo. Hasta sus hijos se mostraban dependientes de su tío. Lo seguían, lo tenían como modelo a seguir, se pasaban el día hablando de él, relatando sus anécdotas como caballero, contagiándose con sus formas de pensar e inclusive de hablar. En varias ocasiones le había comentado a Aenys que no veía correcto que los niños anduviesen molestando a Maegor con constancia ya que el hombre tenía su propia vida y debía atención a su señora esposa, Lady Ceryse. Pero Aenys tan sólo se limitaba a reír y a cambiar de tema, notándose muy conforme con que sus pequeños adoraran tanto a su hermano.

-Son familia, Alyssa, y Maegor no tiene hijos propios, es normal que trate a los chicos como si fueran suyos. Es algo bueno que sean cercanos, es lo que mi padre siempre deseó.

Eran las palabras del rey ante la preocupación absurda de su esposa. Él no veía motivo alguno por el cual sus hijos no podían mostrarse próximos a Maegor, más bien estaba encantado con este hecho. Muchas mañanas mientras discutía los asuntos de estado con su hermano, ambos habían sido interrumpidos por Rhaena, Aegon y Viserys, y en vez de molestarse, echarlos fuera de la sala o pedirles que regresaran luego, los incitaban a tomar asiento junto a ellos y a discutir el asunto que desearan, o a comer un bocadillo todos juntos mientras reían por sus ocurrencias. Aenys nunca había sido tan feliz, nunca se había sentido tan lleno en muchos años. Él, sus hijos y Maegor bajo el mismo techo disfrutando de buenas charlas, de las travesuras de Viserys, soportando las peleas inmaduras de Aegon y Rhaena y gobernando los Siete Reinos como un equipo.

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