Matías no tenía rumbo.
Había tomado un año sabático después de la preparatoria, cuando no tuvo cupo en la universidad ni por promedio; no le afectó demasiado. Ni siquiera sabía qué quería estudiar, ese tipo de decisiones no deberían de tomarse con escasos dieciocho años.
Pero luego ese año se duplicó. Luego fueron tres años. Ahora tenía casi veinticuatro, y seguía viviendo en casa de sus padres.
Era el mayor, el único hijo alfa. Tanto fracaso lo llevaba a perder más tiempo imaginándose haciendo mejores cosas; estudiando, ejerciendo, siendo exitoso. Porque era el único de una jerarquía distintiva en su familia.
Sus padres eran betas, los dos. Su hermano Bautista, omega.
Nada salió así. Era difícil cuando desde siempre estuvo lesionado mentalmente; distímico, con sus instintos reprimidos.
Su trabajo en un supermercado sería menos patético si al menos tuviera una omega cargada de un cachorro en un piso precario. Pero ni siquiera se imaginaba viviendo solo o acortejando a alguien.
No era qué no se sintiera atraído por omegas; le gustaban. Le gustaba lo que sea. Pero él no le gustaba a nadie. Para empezar ni cumplía con el estereotipo impuesto de alfa, siendo más bajo de lo que debería y no muy corpulento.
Su aroma amaderado era muy leve, además, a causa de la depresión persistente que le hacía vivir en retroceso. Casi inexistente, al grado de que fácilmente podía pasar desapercibido como un beta.
Se acostumbró rápido; aparentaba algo qué no era para vivir tranquilo. Apartado de posibles burlas por su condición.
O al menos fue así hasta que decidió entrar a la academia de policías.
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El tiempo para egresar de la universidad de seguridad pública era de seis meses, pero podía extenderse.
Conocidos de gente cercana a él estuvieron hasta un año, año y medio, dos. Otros no completaron ni los tres primeros meses. Un oficio demandante y exhaustivo.
Pero estaba asfixiado. Recalt necesitaba salir de su ritmo rutinario.
Quería un futuro que le garantizara un solvento y ayudar a sus padres, que ya habían dado todo para mantenerlo y darle una niñez y adolescencia decentes.
Su padre, Bastián, se vio eufórico cuando por fin tuvo interés de algo diferente. No era porque tendrían una boca menos que alimentar; ese hombre lo amaba genuinamente.
Su madre, Martina, se negó rotundamente al principio. Tenía miedo.
¿Cómo iba a ser servidor público con la condición actual del país?
Peor era nada.
"Ya no llores, má". Pidió, el rostro roto de la pequeña mujer entre sus manos. Estaba desecha en sollozos, porque ese día él entraba en internamiento y ya no lo tendría quejándose de existir en casa. "Después de dos meses podrán venir a verme".
"A mi no me importa si tienes que vivir con nosotros hasta los treinta o cuarenta, mati". Sabía que bromeaba; Martina siempre estuvo consciente que en algún momento su hijo tenía que irse de su lado, y por Dios, más ahora que estaba en sus veinte y con un anormal desanimo acosándolo.
Simplemente estaba orgullosa de que por fin el cachorro que iba de psicólogo en psicólogo estuviera haciendo algo por sí mismo para superarse.
Besó la mejilla de su madre, y su frente también. Después fue directo a los brazos de su padre, quien lo tomó por los hombros y lo apegó en un abrazo profundo contra su pecho.
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la ley de murphy; matías x enzo.
Fanfictionsiempre hay un problema para cada solución. no copias ni adaptaciones. ©cerezaacidaa