Su madre soltó un jadeo cuando lo vió.
Común su reacción, algo dramática quizá. Su ojo estaba mejor, aún sensible a la luz, pero lucía normal. O lo más normal que era posible con un enorme moretón fundiéndose con sus ojeras.
Pero la sangre en la esclerótica ya se había drenado y su enojo también. Bueno, no, sólo lo arrinconó. En un espacio recóndito de sí.
Ignoró esa reacción. También pretendió pasar desapercibida la mirada de pánico que compartió con Bautista. Casi parecía que charlaban telepáticamente entre ellos y afirmaban lo mismo; su exhausto aspecto era fatal.
"¿Dónde está mi papá?". Resintió su ausencia. Pero no queriendo hacer menos la grata presencia de los dos, prácticamente saltó a los tensos brazos de la mujer como si todavía fuera un niño. Su cachorro.
Auténticamente, estaba feliz. Verlos significaba un rato de calma en medio de un huracán.
"Hoy no pudo venir, pero el siguiente domingo sí, ¿bueno?"
Los siguientes diez minutos pasaron volando en una extensa plática acerca de la vida exterior; los trabajos de sus padres, la escuela de su hermanito, cómo su gato se sumió en una profunda depresión por no dar con él por ningún espacio en casa. Hasta que acabaron sobre una de las mesas, esas que tenían en el patio dónde se recibían a familiares y demás personas que iban a ver a los reclutas.
El jardín al menos estaba lo suficientemente decente para no sentir que estaba siendo visitado en un centro de rehabilitación o un reclusorio.
"¿Qué me trajeron, eh?". Casi arrebató la bolsa que Martina le extendió, de dentro sacó uno a uno cada topper.
Extrañar la comida de su mamá era de lo más difícil del internamiento. Muchas cosas eran difíciles ahí dentro.
"¿Cómo la pasas acá, mati? ¿comes bien?". Su palma tibia envolvió el dorso de la mano casi temblorosa de su hijo conforme empezó a comer con efusividad.
Un roce seguro, como haciéndole saber en silencio que podía hablarle de lo que fuera; claramente no sabía cómo abordar el tema de su rostro golpeado. Pero fuera de eso y todo el cansancio que demostraba llevar a cuestas, estaba sano. Mejor que nunca.
Ya no nadaba en su ropa, al contrario, incluso su camisa se apegaba a sus brazos cuando los doblegaba.
"Sí, ma". Crispó su entrecejo, asintiendo. Pero no levantó su vista, no sabía a qué estaba afirmando exactamente. "La llevo bien, no te preocupes". Mintió, al divagar un corto instante.
La beta no pareció conforme, su severidad manifestándose en las arrugas bajo sus ojos. Bautista, que era más impropio, sí habló.
"¿Qué tienes en la boca?". Inquirió confuso. Matías señaló sus labios y luego frotó la yema de sus dedos en sus comisuras, tratando de quitar rastros inexistentes de comida.
El omega entreabrió los suyos e indicó dentro, entonces entendió.
Sus caninos estaban ligeramente más prominentes.
No mucho, pero lo suficiente para ser notorio puesto que, al ser alfa, en algún momento debieron desarrollarse. Hace mucho, en su pubertad.
Nunca lo hicieron, sus dientes se mantuvieron pequeños. Hasta ahora que, por alguna razón, aparecieron.
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"Como si no supiera que ya está dentro".
"Viene a reírse. Yo también presumiría ser el trapo de piso del comandante, ¿o tú no?"
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la ley de murphy; matías x enzo.
Fanficsiempre hay un problema para cada solución. no copias ni adaptaciones. ©cerezaacidaa