nada más que perder.

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Matías esperó la misma muerte.

Otro correctivo. Ser arrestado y expulsado. Lo que sea. Pero no recibió nada de ello.

Un recuerdo que creyó extinto revivió esa madrugada. Uno de los tantos terapeutas que lo recibió cuando era más joven le había dicho algo que le quedó grabado; su alfa despertaría cuando marcara a su pareja.

Cuando tuviera algo que proteger. Alguien, más específicamente, que lo alertara y despertara sus instintos. La típica basura con la que crecían todos. Pero empezaba a creer que tenía razón, o hasta cierto punto.

No sabía qué traía con Enzo. Su relación -lo que sea que tuvieran- fue y era meramente profesional. La marca que le hizo, estaba incompleta igual. Claro, no podía haber un vínculo interno entre ellos por mera naturaleza.

Pero desde que lo mordió, se tornó insoportable no estar sobre él todo el tiempo, impregnándolo con su aroma. Acechándolo como a su propiedad. Y sería así hasta que la silueta de su dentadura desapareciera por completo de la piel de su cuello.

Algo qué no iba a permitir.

Sólo tenía conocimiento de que su vida dió un giro completo desde que conoció al comandante. No hacían falta marcas de reclamo, nunca lo hizo. Desde un principio fue como si entre ambos existiera un lazo invisible que tiraba del otro con demanda; debió saberlo desde que su aroma fue el primero que pudo reconocer al cien por ciento, desde el día uno.

Ahora, bien sabía que podría identificarlo en una habitación cerrada y sin ventilar con más de cien personas dentro. Porque su alfa estaba enganchado con el de Enzo. Se había encaprichado con él; esa era excusa suficiente para buscarlo. Para estar juntos. Una extraña casualidad biológica, pero la aceptaba.

Y le gustaba. A regañadientes.

Enzo era suyo. Era su presa. Y sólo él conocía el aroma de su sangre.

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Delineó con su lengua al rededor de la cicatriz, ronroneando ahí encima. Pronto iba a desaparecer y no dudaría en renovarla. Era un capricho, uno que se ganó y cumplió él solo.

"Deberíamos parar". Murmuró ahí encima, ignorando qué tan moradas podían quedar las marcas que provocaban sus succiones.

Un profundo suspiro lo incitó a torpemente retirar un par de botones de la camisa ajena. Con una avidez tan desesperada que casi los deshiló. No importaba.

"Deberíamos". No era sugerencia, ni opción.

Las manos de Enzo lo tomaron de las caderas y lo acercaron más a su pelvis, ocupando bien del espacio en su regazo al que subió minutos atrás después de prácticamente aventarlo a la silla.

Sus reuniones últimamente se habían resumido a esos actos, en todo tipo de escenarios; encerrados en su oficina. O cualquier otro lugar solitario que encontraran disponible fuera de su horario hábil.

Besándose, tocándose. Tomándose. Sólo ellos.

Una de sus mejillas chocó con la suya. Un tacto suave, casi pareciendo mimarse y la manera en que Enzo frotó un poco la punta de su nariz ahí le hizo creer, por un instante, que estaba por depositarle un beso. Pero no, eso sería demasiado romántico. Y el prepotente alfa no era así.

Casi se encontró absorto en la acción tan mínima cuando lo tibio de una respiración pesada rozando su mentón lo alertó. Entonces se olvidó de seguir besando y admirando su piel, apartándose del espacio vulnerable del que se ocupaba para ver el desordenado rostro de Vogrincic.

la ley de murphy; matías x enzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora