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Cuando decidí abrir los ojos el sol no había salido por completo, un aura de azul y sombra seguía cubriendo el exterior. Me levanté de la cama, intentando no despertar a Erwin, y me acerqué a la ventana. Todo parecía seguir igual a ayer, los mismos árboles, los mismos pájaros, pero faltaban personas. El mundo seguía girando, el viento seguía soplando, al mundo no le importaba nuestros problemas ni nuestras ausencias, es más, incluso parecía agradecerlas.

Suspiré profundo y me aleje de la ventana. Cogí mis cosas para después abandonar la habitación y bajé las escaleras. Caminé hasta los establos para montarme en mi caballo y encaminrme a mi próximo destino.

Cabalgué durante unos veinte minutos, al llegar a un pueblo me baje del animal y anduve hasta una casa. Recordaba en donde vivía cada miembro de mi escuadrón, me lo habían dicho hace mucho, tenía buena memoria. Truqué en la puerta con miedo y esperé hasta que me respondieran.

"Buenos días." Me saludó una mujer al abrir la puerta. La saludé de vuelta con una pequeña sonrisa de amabilidad.

"¿Es usted la madre de Auruo Brossard?" Pregunté. Ella respondió con miedo y llamo a su esposo. "Se que lo que voy a decir es difícil de digerir, yo mimo me cuesta creerlo aún." Empezé a hablar mientras metía mi mano en el bolsillo para sacar el parche de las alas de la libertad, que residía anteriormente en el uniforme de Auruo. "Lamento informaros que vuestro hijo murió en combate el día pasado." Anuncié con delicadeza.

"¡No! Mientes..." La mujer empezó a negar mientras me agarraba de la chaqueta. "¡Mientes!" Las lágrimas caían por su rostro y los sollozos se empezaron a escuchar por toda la calle. "¡No puede ser...!" La señora acabo de rodillas en el suelo, con el escudo entre las manos. Me hizo pensar en ese logo ¿Libertad? ¿Qué era la libertad? No parecíamos muy libres. Sí, salimos al exterior pero de todo la población, nosotros parecíamos los que más atados se encontraban. Presos, de nuestra propia ideología, de nuestros propios sueños. De nuestros temores y propósito. No pensaba que era libre, nadie de nosotros lo éramos, eso era algo que me molestaba en cierta medida. Más no podía hacer nada para cambiarlo, yo no.

"Lo siento mucho." Me disculpé. "Era un gran hombre, muy valiente... Si pudiera cambiar lo sucedido, lo haría sin dudarlo." El hombre abrazaba a su mujer, intentando darle ánimos. Aunque se notaba que él también estaba afectado. "Luchó hasta el último momento con honor, podéis estar muy orgullosos de él."

Las siguientes visitas fueron parecidas, igual de dolorosas. Esperaba sentirme mejor después de eso, más no fue así. El vacío que habían dejado sus muertes seguía en mi interior y las reacciones de sus familiares lo había empeorado. Me hizo sentir culpable, pensé en que no debí haberlos abandonado, igual si me hubiese quedado a su lado no habría acabado así.

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"Me han dicho que querías hablar conmigo." Interrumpí en el despacho de Erwin sin llamar a la puerta. Mi expresión se mostró en sorpresa cuando vi que Erwin no estaba solo, sino que le acompañaba un soldado. Era joven, rubio y de melena por los hombros, también tenía los ojos azules, muy parecidos a los de Erwin.

"Si, te he estado buscando pero ya me he imaginado donde estarías." Él y el cadete se encontraban jugando al ajedrez, me molesté por ello, siempre jugaba conmigo. "Este es Armin Arlert, entró con la nueva generación."

"Un placer." Dije serio mientras me acercaba al escritorio. "¿Y qué hace Arlert aquí?" Pregunté sin dejar de mirarle a los ojos.

Noté como el chaval empezaba a balbucear, se notaba que estaba nervioso. "Armin quería comentarme algo y he aprovechado para jugar una partida, lo hace mejor que tú."

"Tch..." Chiste mientras apartaba la mirada y me dirigía al sofá. "Bueno, y qué querías contarme."

"Tenemos que ir a la capital, con Eren. Nos han convocado." Empezó a decir. "Y de paso... Capturaremos al Titán Hembra, por cortesía de Armin." Dijo mientras movía una pieza del tablero.

Diario de un poeta || EruriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora