¿Qué Recuerdas? | ACT 2

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La forma en la que la luna resplandecía sobre el manto aterciopelado de la noche armoniosamente entre las estrellas titilantes en la lejanía era encantador.

Una vez que la tormenta pasó la calma volvió a la costa, con el trío de niños reanudando sus juegos y rutinas hasta la llegada del ocaso, uniéndose para encender una fogata en la playa que pudiera mantenerlos calientitos por el resto de la velada.

Por ahora, la joven eriza se encontraba sobre el ala superior del biplano, contando todas las estrellas que veía, deseosa de poder alcanzarlas y saber cómo se sentían entre sus manos.

— Linda noche —comenta el erizo de tez melocotón, mismo que había trepado sigilosamente hasta quedar a su lado, sonriente como siempre.

— Es la más hermosa —suspira con una sonrisa embelesada, encogiéndose de hombros mientras entrecerraba sus ojos—. ¿Cómo está Tails?

— Ya se durmió —responde, apuntando directamente hacia el menor de pelaje naranja, cómodamente dormido frente a la fogata, arropado por una sábana verde lo suficientemente grande y espesa como para ocultar perfectamente sus dos colas—, probablemente se despertará temprano pidiéndome cosas.

— Entonces deberíamos irnos a dormir ¿No crees? —sugiere, viéndolo de soslayo con una pequeña sonrisa.

— ¡Pero aún es temprano! —queja, pataleando en disgusto.

— Y seguramente tu mamá no le gustaría que te durmieras tarde.

— ¿Cómo saberlo? ¡Ni siquiera la recuerdo! —exclama agresivamente.

El silencio reina por uno, dos, tres minutos.
Ambos niños no mencionan palabra alguna, dejando así que el oleaje de la costa sea lo único que puedan escuchar ahora entre la oscuridad de la noche.

— ¿A qué te refieres? ¿Cómo no la recuerdas? —pregunta la niña de espinas rosadas, gateando hacia él.

— Mamá, papá... Los perdí cuando era un bebé —responde, cruzado de brazos, viéndola de soslayo—. No recuerdo nada que no sea el accidente. No tengo idea de cómo hablaban, cómo se veían, o... si me amaban —añade, agachando su mirada con pena—. Supongo que sí debieron hacerlo ¿No? Todos los padres lo hacen... amar, a sus hijos.

No se sentía mal por rememorar los momentos desagradables de su pasado, su duelo ya lo había tenido hace años atrás, años en los que por el trauma vivido se negaba rotundamente a hablar, pero ahora era un niño grande, un niño con responsabilidades y gente a su cuidado, un niño que no tenía que perder tiempo viendo hacia atrás si quería llegar a algún lado en la vida.

— ¿Sabes? Yo tampoco conocí a mí papá —habla Amy, sentándose junto a él, imitando su posición— pero mí mamá era la mejor jardinera del mundo, además sabía cocinar muy bien, pero... Aún así la extraño —susurra, encogiéndose de hombros, abrazando sus piernas—. Solo éramos ella y yo. Aún ahora me siento perdida y aveces no sé qué hacer, no quiero sentirme sola.

El mayor la observa atentamente.
Conoce bien esa sensación: soledad.
Ya la había tenido que vivir por muchos años y siendo sincero tampoco le agradaba.

— Si sirve de algo yo jamás voy a abandonarte, Amy —promete, levantando su mano derecha, colocando su mano izquierda sobre su corazón, viéndola con una expresión seria y determinada—. A donde tú vayas yo iré también y siempre que me necesites ahí estaré. Mientras yo exista jamás vas a estar sola, y eso es una promesa —concluye, tomándola de las manos.

La más pequeña siente sus mejillas arder otra vez. Caramba, los caballeros siempre tenían las mejores palabras en su arsenal para hacer que las chicas se sintieran bien y dejaran atrás sus penas, eso era tan romántico...

— Gracias —susurra, abrazándolo con fuerza.

El erizo de azul mira hacia arriba, correspondiendo al abrazo, sin saber cómo se las arreglaría para cumplir esa promesa más sí determinado a morir por ella si era necesario.

No dejaría que nadie a su cuidado sufriera la misma miseria que él antes de saber que el dolor no era el único camino en la vida.
No más.

Childish Love ft. SonAmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora