Karma

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Ethan.

Shanghai, China.

26/02.

El primer disparo del arma, hace eco en el sótano de la bodega.

Un segundo disparo, vuelve a hacer eco.

Llega otro disparo, seguido otro más y así sucesivamente hasta que escucho el sonido del cartucho vacío.

Más rápido de lo habitual; pienso, sin tener prisa por moverme desde mi lugar, pero si las circunstancias fueran otras, este espectáculo tardaría un par de horas en terminar, o hasta que la agonía del dolor, hubiera acabado con el tipo.

Examino de forma crítica la forma en que la sangre del sujeto que se encuentra atado a una silla a unos pasos de nosotros, se esparce por el suelo blanco hasta formar un enorme charco que se va por el desagüe y varios ríos del líquido carmesí, se deslizaban por las paredes. Blancas, también.

Andrew baja el arma cuando el cartucho se encuentra vacío, mirando en silencio el cadáver atado a la silla, y Leandro a mi lado, revisa el reloj de su muñeca antes de arquear una de sus cejas detrás de sus lentes de sol en dirección a nuestro primo.

—Cinco minutos más, y se habría tomado la hora completa— dice el líder de la Camorra, acomodando las mangas de su camisa blanca, antes de meter las manos en los bolsillos de su pantalón negro. Asiento, sin dejar de mirar toda la sangre que se escurre por las paredes—. Un récord para alguien que le encanta torturar, hasta que la sangre bañe por completo todas estás prístinas paredes blancas.

—Hoy traemos más prisas que otros días, Ferrara— responde Christian, quién también se había unido al espectáculo sangriento de Andrew, quién a su vez, era cuñado del mismo—. En un día común y corriente, Andrew Kozlo, se tomaría unas cuarenta y ocho horas, para acabar con su enemigo.

—Concuerdo con mi cuñado— afirma Chiara, quién se encontraba mirando de forma satisfactoria toda la escena sangrienta en la habitación blanca—. Esto es rápido en comparación a otros días, pero las circunstancias nos obligan a ser rápidos— revisa el reloj de su muñeca—. Sin embargo, tenemos que irnos, sí queremos llegar a tiempo al momento en que corten el pastel— asiento de nueva cuenta, antes de que Chiara, cambie su mirada hacia su hermano—. Drew, ¿terminaste? No quiero quedarme sin mi pedazo de pastel, imbécil— le dice a su mellizo—. Aparte, todavía tienes que darte un baño, asqueroso.

Andrew suelta un gruñido de enfado al punto en que parece un animal rabioso, y dejándose llevar por la rabia del momento, patea el cadáver hecho mierda del sujeto que casi mata a todos en la fiesta con la bomba, hasta que puedo escuchar como aplasta los sesos del tipo con sus zapatos de diseñador caro.

Leandro y Christian, hacen una mueca ante el sonido, mientras tanto, me mantengo impasible en mi lugar, esperando a que acabe con toda su molestia.

Cuando termina, Andrew tenía la respiración completamente errática mientras que la sangre, sudor y restos de tierra, bañaban por completo toda su ropa de vestir, el saco había quedado olvidado en alguna de las mesas de los invitados de la fiesta.

Sin decir una palabra, Andrew guarda su arma vacía detrás de la presilla de sus pantalones, antes de salir a grandes zancadas del sótano de la bodega subiendo las escaleras, cerrando la puerta detrás de sí en un sonoro azote, mientras que Leandro, Chiara y Christian, nos miramos entre sí, antes de que me encoja de hombros.

—Es nuestra señal para irnos— digo, siguiendo el mismo camino que mi primo tomó—. Andando. No queremos que se nos haga más tarde para la fiesta.

Los tres asienten ante mis palabras, y comenzamos a subir las escaleras en dirección a la salida de la bodega, antes de que el viento helado de invierno, nos golpee en las mejillas y veo a mi primo, recostado en su todo terreno fumando un cigarrillo, cosa que rara vez lo hace, hasta que se lo termina y lo aplasta en la tierra con algo de nieve.

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