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El cepillo se deslizó entre sus cabellos sin dificultad, luego de que la mayor hubiese pasado algunos minutos deshaciendo los nudos en él luego de haberlo lavado. La pequeña niña se mantuvo tan quieta como le era posible, incluso al no hacer nada su cuerpo dolía.

Pero el toque de su madre era gentil.

La luz de las velas danzaba al ritmo de la suave brisa de verano que entraba desde el jardín, frente a ellas, las puertas deslizables totalmente abiertas para darles la vista nocturna perfecta. La calma.

—¿Qué está molestandote, Tomoe? —indagó la mujer sin detener el camino del cepillo.

No creía saber aún tantas palabras como para poder expresar correctamente lo que sentía, pero quería intentarlo, disfrutaba de hablar con su madre y se había prometido hacerlo en cada momento que tuviesen juntas, solo las dos. Este pequeño cuerpo infantil, obligado a entrenar como un guerrero mayor día y noche aún no tenía la fuerza de atacar o defenderse. Solo permanecía quieta en su sitió, esperando el impacto porque no había otra opción, deseando que pasara.

Se sentía pequeña e impotente. Se sentía un fracaso.

—Quiero ser fuerte —expresó con voz rota.

—¿Quieres ser fuerte? ¿Y por qué es eso?

—Quiero que padre me quiera —giró levemente su cabeza para verla a los ojos, la mayor la miraba con una gran pena en su rostro—, y que quiera a Toruku

Ante la mención de su hijo mayor, la mujer de cabello oscuro volteó a verlo, dormido en su futón al fondo de la habitación. Tal parecía que el niño descansana profundamente; el bulto cubierto por una robusta manta bordada se movía con una respiración tranquila. Finalmente tenía un respiro, entre sueños.

La mujer mordió el interior de su mejilla llena de furia. Obligada a callar, a ser esposa, a tratar las heridas de sus propios hijos, a verlos como aprendices y futuros protectores de la aldea cuando no debían hacer otra cosa que jugar. Los soplos de alegría que Aiko podía introducirles eran tan fugaces que acababan por hacer más profundo el dolor posterior.

Odiaba a Shoko, lo odiaba profundamente. Deseaba que muriera.

—Tu padre los quiere —le acarició la cabeza a la niña, invitándola a que cambiara su posición para verla de frente.

Tomoe apenas tenía cuatro años y ya era abrumada por problemas que excedían su comprensión. Podía ver como Toruku se esforzaba en su entrenamiento e incluso haciéndolo bien era castigado; él le sonreía, y a pesar de no poder hablar era animado. Le sonreía.

—Solo es duro porque... —hubiese preferido cortarse un brazo antes de justificarlo con aquellas palabras. Se sentía una cobarde, una mentirosa—, porque la carga en sus hombros es muy grande, las personas aquí creen en él, y creen en ustedes

Tomoe deseaba ser mayor, deseaba ser fuerte como su padre esperaba. Pero le temía, había algo en ella que solo quería hacerlo sentir orgulloso y al mismo tiempo lo despreciaba con fuerza.

La niña colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja, mirando a su madre. Ella era tan hermosa, tan inteligente; se pasaba sus días en el jardín leyendo y recolectando brotes medicinales, repartiendolos por la aldea, ayudando a quienes tocaban su puerta. A veces su padre les permitía estar con ella entonces y poder verla. Parecía tan elegante, tan imperturbable incluso ante las tormentas que Shoko desataba constantemente. Tomoe quería ser grande y fuerte.

Pero también hermosa como Aiko. Buena.

Ya no dijo nada, se limitó a bajar la mirada y buscar el abrazo reconfortante de su madre. Las vendas y moretones en su cuerpo solo dificultaban más sus movimientos, parecía un cachorrito, un cachorrito vestido de seda.

—En pocos días florecerá la flor de Nanai —comentó la mujer con voz suave, abrazando el pequeño bulto en su pecho—. Tú favorita, ¿Te gustaría que prepare un perfume para ti? ¿O el ungüento estaría bien? —quiso animarla un poco, evitando profundizar su conversación.

—Quiero tu medicina...y una para Toruku también —pidió viendo hacía el futón sobre el hombro de su madre.

Nanai era la flor nativa de la isla de Kujira, en el South Blue, crecía solo dos veces al año y brotaba a lo largo y a lo ancho de todo el jardín de su madre. Era rosa, y perfumada. Era útil.

Y aunque Tomoe nunca adquirió ninguno de los conocimientos medicinales de su madre, podría reconocer una Nanai en cualquier parte. Jamás olvidaría aquel perfume. Aquella sensación de alivio.

Al crecer, Tomoe desearía haber podido olvidar otras cosas.

𝔊𝔦𝔞𝔫𝔱 𝔴𝔬𝔪𝔞𝔫 ⇝ ⁽ˢᵃⁿʲⁱ⁾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora