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Esperaba un juego sucio, cielos, a estas alturas nisiquiera le sorprendía que atacara con sus hombres a mitad del campo de batalla; pero cuando oyó como le exigió a Gin no ponerse su mascarilla, cuando le ordenó morir, cuando exclamó que ganar lo es todo sin importar los medios; le provocó una molestia aún más profunda a Tomoe. Porque segundo a segundo le recordaba la dura voz que la había criado con palabras similares.

—¡No hagas caso, animal! —le exigió al pirata detrás de ella—, valora tu vida un poco, aunque creas que vale nada

Aunque ella misma creyera que no valía nada.

—Lo merezco —se lamentó él bajando la cabeza, Sanji aún debajo de su cuerpo, sangrando y retorciéndose, maldiciendo en voz baja—, no estoy a la altura, me dejé controlar por mis emociones

—¡No seas idiota!

No sirvió de nada querer convencerlo, pues lanzó la mascara al agua, irguiendose tanto como pudo, esperando el impacto. Luffy corrió hacía ellos y se estiró hasta poder tomar dos mascarillas de un par de hombres en el agua. Mientras que los cocineros saltaban al mar o se encerraban en lo que quedaba del Baratie, Luffy se desesperó al no hallar una para él mismo. Ni para Tomoe.

La jóven vio con horror como el arma era disparada, fugazmente dio con una mascarilla en el suelo, tomándola y aplastandola contra el rostro de su capitán, guardando todo el aire que pudo en sus propios pulmones antes de rezar a quien la oyera. Rezar que otra vez su fruta la ayudara a sobrevivir.

El impacto no se hizo esperar, una ráfaga de aire que resonó segundos después para dejar un pitido agudo en sus tímpanos, un aire viciado, oscuro y pesado que se arrastró por los rincones y entre los cuerpos, disipandose con lentitud. La castaña se arrodilló en el suelo, sintiendo una quemazón insoportable en su garganta, un ardor que le nubló la vista y la incitó a toser en busca de aire.

Cuando Luffy posó una mano en su hombro ella tuvo la energia suficiente para apartarlo.

—Estoy bien —articuló con dificultad, escupiendo unas gotas de sangre sobre su palma—. El cocinero —recordó a Sanji a un lado. Si ella estaba de este modo, no podía ni imaginar la agonía de quien no contaba con su resistencia.

Sus lágrimas luchaban por quitar el veneno de su visión, mientras este subía, yéndose con el viento.

—Gin —Luffy articuló en voz baja, quitándose el aparato del rostro, obligando a la jóven a ver sobre su hombro—. ¿Tú me la diste?

Elevó la cabeza ante la imagen. El subordinado de Krieg sostenía una mascarilla sobre el rostro de Sanji con determinación, su figura estaba tiesa, fantasmal y pálida. En un respingo se quebró, cayendo al suelo, jadeando por aire; el rubio logró tomarlo en sus brazos antes de que golpeara el suelo.

Tomoe apretó los ojos, el dolor aún en su pecho, extendiéndose por sus extremidades. ¿Cómo un hombre era capaz de hacer esto a quien lo seguía con devoción? Aunque ambos estuviesen equivocados, aunque merecieran el sufrimiento. ¿Cuan poca era la sangre que corría por sus venas?

—¡No te mueras, Gin! —exigió ella entrecortada, encogida en el suelo, abrazando su propio cuerpo— ¡No le des la satisfacción!

—Ya la tengo —se burló Krieg al oírla—. Ahora todos ven a lo que lleva ser débil y agradecido.

Tomoe se esforzó para ponerse de pie, entre quejidos, el capitán no le ofreció su ayuda, entendió que quería hacerlo sola. Pero no se alejó ni un momento. Se vio sus propias manos, el color reaparecia, el entumecimiento bajaba.

—Yo me encargo —tranquilizó el muchacho, nada sorprendido de verla mejor—, tú descansa, mujer gigante

Vio algo aturdida como Zeff le ordenaba a Sanji poner la mascarilla a Gin, llevarlo a la terraza. Ella caminó unos pasos, sin querer permanecer quieta; sostuvo el abrigo de Gin por el cuello y tiró de él.

𝔊𝔦𝔞𝔫𝔱 𝔴𝔬𝔪𝔞𝔫 ⇝ ⁽ˢᵃⁿʲⁱ⁾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora