Capítulo 10: Enredos y despedidas.

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El campesino, envuelto en varias capas de abrigo, avanzaba con determinación a través del gélido día. A pesar del viento helado que le cortaba el rostro, mantenía el ritmo de su caballo, ansioso por cumplir la importante misión encomendada por Kayden.

El campesino divisó una elegante carroza, rodeada por caballeros con capas púrpura. Sus armaduras relucían bajo el sol otoñal. Reconociendo los colores distintivos de Valoria, el campesino redujo el paso de su caballo y esperó que la carroza pase a su lado. A través de la estrecha ventana del carruaje, alcanzó a ver el semblante del príncipe Deaglan, lo que lo llenó de emoción y urgencia. Trató de llamar la atención de los caballeros y del príncipe, cabalgando decididamente detrás de ellos.

Uno de los caballeros escuchó un silbido potente proveniente detrás de ellos, por lo que ordenó que detuvieran la carroza. El príncipe, intrigado por el inusual sonido, decidió abrir ligeramente la puerta de la carroza para averiguar la razón de su detención.

El aldeano, agradecido por la atención de los caballeros, explicó rápidamente la razón por la que cabalgaba hacia Valoria. El príncipe, que había estado escuchando atentamente, decidió intervenir y les ordenó a los caballeros que le entregaran la nota para examinar su contenido.

Al leer la nota, el semblante del príncipe se volvió sombrío y palideció de repente. Con voz firme, ordenó a los caballeros que cabalgaran lo más rápido que los caballos pudieran para llegar con urgencia a Eridan. La gravedad de la situación era evidente en su rostro, y su determinación dejaba claro que debían actuar sin demora.

A pesar del esfuerzo de los caballos, tardaron varias horas en llegar a Eridan. El príncipe, con la urgencia marcada en cada gesto, ordenó a los caballeros de Eridan que lo llevaran de inmediato frente al rey Waila. La tensión en el ambiente era palpable mientras se dirigían hacia el castillo, con el peso de la información recibida cargando sobre sus hombros.

Cuando Deaglan estuvo frente al rey Waila, cortésmente le pidió permiso para llevarse a la doncella Aurnia a su reino. Sin embargo, Waila se negó rotundamente, argumentando maliciosamente que el momento de su ejecución ya estaba programado y que no podía interferir en el curso de la justicia de su reino.

El príncipe, ante la negativa del rey, le advirtió que, si no permitía que se la llevara, Aurnia sería considerada una prisionera política y que tal acción podría desencadenar un conflicto armado entre ambo reinos.

Con una sonrisa desafiante, Waila le dijo al príncipe: -Adelante, tu padre no lo permitirá-. El príncipe, rojo de ira, estaba a punto de responder cuando las puertas de la sala se abrieron de par en par estruendosamente, interrumpiendo el enfrentamiento.

El rey Cathal, un hombre imponente que superaba en altura incluso las puertas del castillo, entró en la sala con paso firme y determinado, apoyándose en un lujoso bastón. Su voz resonaba fuerte y clara mientras hablaba: -No tienes idea de lo que yo permitiría, Waila-, desafiando así al monarca de Eridan.

No era común que un monarca viajara a otro reino, pero Cathal sabía que su hijo necesitaría su apoyo. El rey de Valoria presentía que algo no estaba bien, y estaba decidido a averiguar qué era.

La presencia de Cathal sorprendió a Waila y Deaglan por igual, aunque provocó miedo en Waila y felicidad en Deaglan.

Cathal, sin bajar la cabeza, habló con un tono amable. –Rey Waila, nuestros reinos están en paz. Sin embargo, mi hijo se ha enamorado de una de sus doncellas. Podríamos llegar a un acuerdo para que ambos reinos se beneficien de este inconveniente-, dijo el rey de Valoria, haciendo un intento por negociar y encontrar una solución pacífica.

Waila, con una chispa de codicia en los ojos, preguntó: - ¿Qué ofreces? -, sin moverse de su trono, mostrando su interés por cualquier acuerdo que pudiera beneficiar a su reino.

Ideth Valdamir. El espíritu de la Reina Leonor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora