Daseot (5)

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Angel podía recordar perfectamente la primera vez que se encontró cara a cara con Valentino.

Cuando había llegado al infierno había entendido rápidamente dos cosas. La primera era que al igual que en su vida en la tierra, tendría que trabajar en el infierno para poder conseguir todo lo que quisiera. Y la segunda, era que el tipo de cuerpo que le habían otorgado, era más una maldición que una bendición. Si lo pensaba más fríamente, a veces llegaba a la conclusión de que ese era su castigo en el infierno.

Ser abusado eternamente.

Sus primeros meses, fueron horribles. Recordaba la voz y cara de aquellos que lo atacaron primero, los que vinieron después solo eran manchas sin nombre en su larga lista de amantes no esperados. Para cuando se terminó de adaptar al infierno, ya nada tenía sentido para él. Solo sabía que tenía que sobrevivir. A como diera lugar.

Terminó bailando en un conocido pub de strippers luego de fracasar en su intentó por pertenecer a una pandilla. Si bien en su mayoría eran mujeres, el dueño concedió que él también lo hiciera dado su figura y carismática personalidad. Y no se había equivocado. Angel pronto se dio cuenta que era increíblemente popular ahí abajo.

Lo pensó por todos los hombres que lo había abusado apenas llegar y también por todos aquellos que solían perseguirlo en la calle. En menos de un mes trabajando ahí, su segmento era el más esperado por varios y varias. Pues no importaba si fueran mujeres u hombres, todos querían un pedazo de él.

Angel sabía que mover bien sus largas piernas y hacer los movimientos correctos con sus brazos, prácticamente le compraba la comida de la semana. Si había algo que al menos consideraba que era decente en ese trabajo, era que no necesitaba acostarse con nadie pues su show le generaba lo suficiente, además de que podía evitar hacer tratos no convenientes con otros demonios. Había visto mucho eso apenas llegar.

Si había algo con lo que tener cuidado, era pactar tu alma con alguien más.

Era un camino de ida sin posibilidad de retorno.

Por supuesto que hubo clientes que le propusieron pactar para sacarlo de ahí, siempre prometiéndole la luna y las estrellas; el todo por el todo. Pero Angel no era tonto, sabía que todo lo que decían de era de dientes para afuera, lo decían pensando en su pene y en cuanto dinero podrían generar con alguien como el bajo su control. Por lo que siempre los terminaba rechazando amablemente, siempre dejándolos con la expectativa de que siguieran preguntando para no perder sus clientes habituales.

Hasta el fatídico día en que un hombre alto con unas hermosas alas rojas que le cubrían como un abrigo se sentó en el área VIP y solicito un privado. Eso no era habitual. Sus privados eran costosos debido a su popularidad, por lo que no pudo evitar verse intrigado por quien podría pagar algo así.

Angel más tarde que temprano se dio cuenta que una de las increíbles habilidades que tenía ese hombre, era mentir como si dijera la verdad. Cada palabra dicha por él, cada promesa, parecían ciertas. Sus visitas constantes y caras atenciones le hicieron bajar la guardia por primera vez en los casi diez años que llevaba ahí abajo.

Fue al primero al que accedió hacerle sexo oral.

También al primero con el que accedió a costarse voluntariamente por dinero.

Y así mismo el primero que llevo hasta donde se quedaba fuera de horarios laborales.

Sabia que rompía con su propio código. Su jefe se lo decía. Sus compañeras se lo decían, pero parecía que su sentido común había perdido control de todo y amenazaba con hacerlo enloquecer si no estaba cerca de la única persona que le había tratado como un ser humano.

El Overlord del Azar [Huskerdust]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora