En donde Oliver consigue a la familia que tanto quiere.
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—¿Papá?
Max desvió su mirada del microondas en donde giraban las palomitas para observar a su hijo con una sonrisa.
—¿Si, Oli?
—¿Lia va a ver la película con nosotros?—Cuestionó el niño mientras observaba a su padre con ojos de cordero degollado.
Max evitó la sonrisa que se quería formar en su cara, desde que Lia había empezado a cuidar a Oliver hace dos años, ambos se habían llevado bien al instante, de hecho, se habían vuelto casi inseparables. Y eso le encantaba al neerlandés, saber que su hijo podía contar con otra persona que no fuese él y su familia lo ponía feliz.
Sobre todo considerando lo guapa que encontraba a Lia, lo hizo desde la primera vez que la vio pero el chico había mantenido las distancias, después del fracaso de su relación con la madre de su hijo, su única prioridad era este último.
—No lo sé, Oli.—Max se encogió de hombros.—Sabes que es su día libre, pero de igual forma puedes ir a su cuarto a preguntarle.
El pequeño asintió y salió corriendo de la cocina con dirección a la habitación de la chica. Amelia frunció el ceño cuando sintió los golpeteos en la puerta, se puso los aretes con rapidez y abrió la puerta, sonriendo al ver a Oliver detrás de esta.
—¡Lia!—El pequeño transformó su cara en una de sorpresa.—¡Te ves como una princesa!
La rubia soltó una carcajada aunque se lo esperaba, al fin y al cabo, Oli estaba acostumbrada a verla en buzos, excepto cuando iban a alguna carrera y decidía usar algo un tanto más formal.
—Gracias, Oli.—Respondió Lia, sonriendo ampliamente.—¿Crees que le guste a mi acompañante?
—¿Acompañante?—Cuestionó el pequeño con una mueca.—¿Vas a salir?
—Si, Oli. Tengo una cita.
El pequeño Oliver había aprendido el significado de las citas en la escuela, cuando una de sus compañeros lo invitó a una cita para tomar helados y le tuvo que preguntar a la maestra que significaba eso.
Pero lo que Oliver no entendía era por qué Lia iba a tener una cita, ¿No podía tener una con su papá?
Lia ni siquiera se dio cuenta cuando ya estaba siendo arrastrada hacia la cocina por un pequeño de cinco años, quien no le soltó la mano hasta que llegaron al frente de su padre.
—Papá.
Max sacó la mirada del bowl de palomitas y casi se atraganta con su propia saliva al ver a la rubia con el vestido de color azul que parecia amoldarse perfectamente a su figura.
