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Jonathan descendió del carruaje y vió con tristeza a varios niños y mujeres acurrucados cerca de la playa. Lloraban y temblaban como hojas bajo la inclemente lluvia.

—El barco acaba de llegar—anunció en un grito y varias pequeñas cabezas se giraron a verlo. Casi podía oír sus voces, sus anhelos, sus sueños.—Pueden abordarlo en cuanto lo deseen.

Las mujeres se pusieron de pie junto a sus hijos y marcharon hacia el barco. Caminaban a paso lento como si la carga emocional y física que llevaban a sus espaldas fuera demasiado pesada para ir más rápido.

Espero que puedan iniciar de nuevo.

La capa blanca del caballero ondeaba en el aire como un estandarte mientras buscaba entre sus ropas su libreta. Esta era la segunda repatriación que realizaba. Y al igual que en la primera, debía asegurarse que todas las mujeres que figuraban en su listado subieran a ese barco.

—¿Señora Liseth Compton?—leyó el primer nombre.

—Soy yo.—exclamó una voz femenina y una mujer se puso de pie. Las piernas de la joven temblaban, incapaces de sostenerla por mucho más tiempo luego del largo trayecto que había hecho hasta llegar ahí.

Al ver que la dama empezaba a caer el duque fue en su auxilio. La sujetó de la cintura y conectó sus miradas.

—Puede abordar el barco cuando guste.—repitió la misma frase.

—¿Quién es usted?—preguntó Liseth agarrando coraje. Quería saber el nombre de su salvador.

—Soy Jonathan Lancaster.—contestó a duras penas, pero eso pareció ser suficiente para ella. Sin imaginarlo estaba cara a cara con el duque de Rivintong. Uno de los hombres más poderosos de Inglaterra la saludaba y ella en su inmundicia no era digna de verlo a los ojos siquiera. Agachó la mirada.

—Debe abordar el barco cuánto antes, una vez que llegue a Inglaterra estará segura.

—¿Segura?—la muchacha soltó una risa seca.—Lo perdí todo su excelencia...perdí al hombre que amaba...mis pertenencias...mi libertad e incluso mi pureza.—volvió a mirar sus manos.—No pude salvar a mi esposo, no pude...Lo perdí todo.

—No todo.—él la sujetó del mentón obligándola a mirarlo. Sus ojos eran compasivos y cálidos.—Mientras siga con vida, señorita, siempre habrá esperanza, aférrese a ella.

—No tengo a nadie que me espere en casa, estoy sola.—varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas.—¿Qué sentido tiene volver así?

—Estoy seguro que habrá alguien allá afuera que esté dispuesto a ayudarla, pero sino...—arrancó un pedazo de la libreta que llevaba en sus manos y garabateó un nombre.—Búsquela, ella sabrá qué hacer.

—Eli-ise Vo-olsano.—leyó con dificultad.—¿Quién es?

—Una vieja amiga.

—¿Cómo la reconoceré?

—Sabra cuándo la vea, ella siempre lleva un collar en forma de C colgado del cuello.

—Gracias.—Liseth se unió al resto de mujeres que abordaban el barco mientras veía de reojo como el duque consolaba a más jóvenes que se le acercaban.

Al final del día cuando el barco partió la capa brillante y blanca había terminado empapada y gris, llena de las huellas de los niños que se aferraban a la tela llorando su orfandad. Y de las viudas que al igual que ella no tenían un lugar a donde ir.

—La embarcación se ha ido y debemos regresar, mi señor—pidió uno de sus subordinados.

—Lo sé.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora