39

2.4K 358 77
                                    

Elise acababa de desayunar. David y Francis la acompañaban con los reportes del día. Eran las 7 de la mañana cuando Alexander entró con prisas azotando la puerta del comedor y con la voz acelerada anunció: Mi señora uno de sus barcos está en llamas.

La mujer se puso de pie de un salto y los caballeros la imitaron.

—Tenemos que ir, informénselo a Raphael.—pidió a una de sus doncellas.

—Eso no será necesario, mi señora, él está en el puerto.

La mirada de Elise pasó del asombro a la consternación en cuestión de segundos y luego se echó a correr.

David había escuchado que en una carrera su jefa era invencible y ahora entendía porqué. Descendió treinta gradas en cuestión de segundos, las últimas cinco ni siquiera las tocó, prefirió saltarlas y continuar corriendo sin parar.

—Date prisa o nos va a dejar.—oyó que le gritaba Francis con la voz entrecortada por el esfuerzo.

Cuando por fin llegaron al vestíbulo la mujer ya abandonaba la residencia montada en su caballo. David corrió a preparar su montura y Francis lo imitó.

Una vez listos partieron a todo galope sin mirar atrás. Alexander se encargaría de informarles los pormenores a Connor, Victor y al jefe Bastián que estaban fuera encargándose de la protección del duque de Ruthland y de su familia.

—Allí está.—gritó Francis al divisar a su jefa a lo lejos. Habían logrado dar con ella.

Aún estaban a una distancia considerable, pero por lo menos ahora podían asegurarse que no corriera ningún peligro hasta llegar al muelle.

A las 7:40 estaban en el puerto. El fuego había sido controlado y lo único que quedaba de su barco eran tablas calcinadas y cenizas. Los heridos y los muertos eran trasladados a una pequeña residencia cerca de la playa. Elise se bajó del caballo de un salto y le entregó las riendas a Francis antes de correr en dirección al lugar, dónde varias mujeres se encontraban reunidas llorando.

—¡Mi señora!—gritaron apenas la vieron y entonces una avalancha de manos que trataban de halarla le impidieron el paso. Era evidente su estado de desasosiego. Los gritos no se hicieron esperar, cada uno más estridente que el otro.—¡El barco se incendió! ¡Hay muertos! ¡Soy Jane ¿me recuerda? mi esposo está herido! ¡Haga algo! ¡Dicen que no fue un accidente! ¡¿Es verdad?!

Los gritos se entremezclaban con su llanto al punto de que sus últimas súplicas eran inentendibles.

—Déjenla pasar.—exigió Francis y junto a David empezaron a abrirle espacio. Ella no era capaz de apartarlas o ignorar sus miradas cargadas de tristeza.

Apenas consiguió cruzar el umbral de la puerta vió a dos hombres y una mujer tendidos en sillones. Tenían quemaduras graves y casi no podían moverse. Caminó hacia uno de ellos y sujetó la mano que le extendía.

—Señorita.—oyó que trataba de decir.

—Aquí estoy.—alcanzó a mascullar segundos antes de que exhalara. Su cuerpo había dado una dura pelea, pero la muerte le reclamó demasiado pronto. Elise cerró sus ojos con delicadeza y soltó su mano.

—Lo siento mucho.—susurró antes de ser apartada por David.

—Encontré a Raphael, jefa.

—¿Dónde?—lo buscó con la mirada entre el resto de los sirvientes, pero no lo halló.

—Por aquí.—el caballero la fue guiando a otra habitación, dónde habían más heridos. Saludó a algunas mujeres que los atendían con la cabeza y les agradeció en silencio.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora