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Sus labios se buscaban con desespero mientras sus manos cosquilleaban con la idea de tocarlo, de sentirlo. Pero no podía.

¡No podía!

—Adelante...—susurró él contra su boca como si pudiera leerle la mente.—¿O acaso tiene miedo?

—¿Miedo de qué?—Elise alzó el mentón altanera.

—Miedo de sentir—soltó su agarre en su cintura, tomó sus manos con plena confianza y se las llevó a sus labios sin dejar de mirarla. La intensidad de esa mirada oscura hizo que todo su cuerpo se estremeciera. Era demasiado profunda y demandante. Pedía a gritos su total entrega.

Y para demostrarlo volvió a reclamar su boca, pero esta vez sus cuerpos se fueron acoplando al ritmo de sus besos. Con su lengua David la invitó a que le diera la bienvenida en su interior. Se moría por saborearla una vez más y otra...y otra...Había algo en esos labios que le resultaba adictivo. Cuando sus lenguas finalmente se encontraron concluyó que los besos eran el mejor invento del hombre. Calientes, húmedos, carnales...capaces de hacerte olvidar el ahora.

Poco a poco y sin prisas, consiguió acorralarla contra la cama. Apenas sus pies chocaron con el borde del lecho la mujer supo que había perdido esa batalla. La voluntad de ese insolente se había impuesto sobre la suya y en ese momento se encontraba bajo su merced.

—Miedo de ir más allá...—detuvo su briosa embestida para admirarla en silencio. Quería comprobar si su intensa disertación había conseguido hacer mella en su compañera de cuarto. Y al parecer, lo hizo. La notaba algo descompuesta e inquieta.

—Eso no es así.—trató de argumentar en vano. Se rehusaba a mostrarse frágil frente a él, aunque en el fondo tenía que reconocer que estaba en lo cierto.

—Entonces pruébemelo.

Atrapada en una vorágine de sentimientos contradictorios la mujer cedió ante sus demandas y lo rodeó con sus brazos mientras se deslizaban sobre aquel sencillo catre, dónde retomaron su beso.

En ese instante solo podía concentrarse en el calor de su lengua recorriendo cada rincón de su boca y en ella correspondiendo de la mejor forma que sabía. Aturdida por su propio deseo, la cabeza le daba vueltas.

Deslizó una de sus manos y la colocó en su pecho. Necesitaba sentir su calidez bajo su palma. No podía continuar negándose ese capricho.

En medio de su ajetreo lo escuchó gruñir y en respuesta, intensificó más su beso. Tomó su boca con toda la pasión que él le despertaba. Sus labios eran plenos y maleables bajo los suyos. A quién le hubiera preguntado en ese momento diría que sabían a Oporto, whisky u otro licor igual de fuerte. Pero le encantaban. Los lamía una y otra vez sin poder pensar en otra cosa que en beber de él, de sus labios, de su cuerpo, de su alma.

—¿Me extraño, jefa?—preguntó con sorna, pues conocía de antemano la respuesta. Su boca y su mirada le decían lo que sus palabras no.

—Zorro, Reina y Sombra te extrañaron—respondió ella entre suspiros—Yo...no

—Miente—sonrió mientras deslizaba sus labios por su cuello. Era la primera vez que se atrevía a hacer algo así. No sabía si era el alcohol o su propio deseo lo que lo había motivado a tomarse tales atribuciones. Lo que sí sabía es que en ese momento no existía poder en el mundo capaz de detener su ambiciosa travesía.

—David...—jadeó Elise al sentir cómo él besaba la cima de sus senos y forcejeaba con su vestido para hacerlo descender—Espera...—lo tomó por el rostro y volvió a juntar sus labios con los suyos. No podía permitirse arruinar ese vestido y ser descubierta por Raphael.—Debes desatar las cintas primero.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora