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La celebración por la renovación del burdel había sido curiosa por describirla de alguna forma. Luego de que se revelará la participación del duque en la celebración, Cambridge, David y Margareth habían entablado una extensa conversación sobre “postres”.

—Hay ciertos sabores que son únicos—prosiguió su excelencia mirando de reojo a la mujer a su lado.

—¿Menciona algunos?—pidió la cortesana divertida.

—No lo sé...el tuyo por ejemplo.

—¿El mío?—Margareth sonrió, las cortesanas rieron y Elise blanqueó los ojos mientras David ladeaba la cabeza pensativo.

Me refería a la deliciosa tarta de arándanos que preparaste para mí—aclaró el duque.

—Es una nueva receta que quise poner en práctica—se justificó la mujer—No fue algo pensado para ti.

—Aún así...—se relamió los labios—...estuvo muy bien.

Más risas.

—Deberían acompañarla con un poco de té—sugirió David con el mismo tono irónico que todos utilizaban. Su facilidad para adaptarse a cualquier situación por muy inverosímil que sea era digna de admirar—El té siempre mejora cualquier postre.

Las cortesanas le concedieron la razón entre risitas.

—¿Sabes que más mejora cualquier postre?—inquirió Lauren con picardía.

—¿Qué?—el joven le siguió el juego sin pensarlo. Le divertía ser parte de aquel sinsentido.

Margaret Place era el lugar más diametralmente opuesto a un salón ingles que podía existir. Durante los eventos las mujeres se vestían de forma extravagante y hacían bromas sobre los caballeros. Pero a nadie parecía molestarle o siquiera importarle.

—La mano de quién lo prepara.—arqueó ambas cejas—Hay ciertos líquidos que tardan en salir.

—Son escurridizos.—añadió Josephine y todo el salón estalló en carcajadas ante la mirada de incredulidad de Elise. La mujer no estaba de humor para sus insinuaciones fuera de tono.

—Con su permiso, me retiro—anunció la señorita Volsano poniéndose de pie y Lancaster la imitó.

—Si lo deseas puedes quedarte, David—sugirió Keiko, una de las más jóvenes promesas de Margareth Place. La muchacha de rasgos asiáticos y belleza exótica cautivaba con su astucia e inocencia a los caballeros.

—No puedo, tengo prisa.—miró al resto de mujeres—Adiós queridas damas...Excelencia.—se despidió del duque con una leve inclinación de cabeza y luego se unió a su jefa en la salida.

El trayecto en el carruaje fue silencioso, pero no incómodo. A veces el silencio podía ser un gran consejero.

—Llegamos—anunció el cochero luego de algunos minutos.

—Mi señora...—los recibió Raphael con una sonrisa—...David.

—¿Alguna novedad?—preguntó Elise.

—Solo esto...—señaló un ramo de flores—Llegaron hace unos minutos y están a su nombre, mi señora.

—¿Quién las envía?—preguntó con el ceño fruncido.

—No lo sé.—Raphael había querido revisar el remitente, pero no había tenido tiempo de hacerlo.

La mujer tomó el ramo y leyó la nota. Era de Lord Wellington.

—Edward las envía—le dijo a Raphael como si ese descubrimiento no fuera algo más que insustancial.

—¿Bajo que pretexto?—preguntó el consejero. Necesitaba saber todos los pormenores para decidir cómo proceder.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora