Abro los ojos lentamente, luchando contra el peso que se asienta en mis párpados mientras la luz tenue de la habitación se filtra por una ventana a mi izquierda. Un dolor sordo late en mis sienes, y me esfuerzo por enfocar la vista. Todo a mi alrededor parece envuelto en una neblina espesa; los contornos de los objetos bailan borrosos, como si el mundo estuviera cubierto por una capa de humo. Intento incorporarme, pero un mareo violento me empuja de vuelta a la almohada. Mi cuerpo está rígido, pesado, como si mis músculos se negaran a responder a mi voluntad.
No puedo moverme. Mis extremidades parecen ancladas a la cama, y la sensación de entumecimiento se arrastra desde mis pies hasta los hombros, erizándome la piel.
—¿Dónde... estoy? —murmuro, mi voz apenas un susurro perdido en el aire estéril de la habitación.
Alcanzo a sentir las sábanas bajo mis manos; son suaves y gruesas, pero al mismo tiempo, raspan mi piel con una textura que me resulta extraña. El olor del lugar es limpio, químico, como una mezcla de alcohol y desinfectante. Un pitido constante y suave, como el canto de un pájaro mecánico, llena el silencio. Su ritmo intermitente se sincroniza con mi respiración acelerada, perforando el aire con cada sonido.
No estoy en casa.
Entonces, la puerta se abre con un crujido ligero, y una mujer entra en la habitación. Lleva un uniforme blanco y su sonrisa refleja un alivio genuino al verme consciente. Es una enfermera, pero en este momento, parece más un ángel en medio de esta incertidumbre.
—¡Buenos días, Yoshiro-san! Veo que estás despierto. ¿Cómo te sientes? —pregunta con voz suave, que se cuela como un bálsamo entre la bruma de mi mente.
—Hola... yo... estoy un poco confundido, la verdad —respondo, con un hilo de voz, llevando mi mano al rostro.
Intento incorporarme, pero siento que el mundo gira abajo de mí. La señorita enfermera me ayuda a sentarme, ajustando las almohadas detrás de mi espalda con cuidado. Su toque es firme pero gentil, y sus movimientos son rápidos y precisos, como los de alguien que ha hecho esto cientos de veces antes.
—Es normal sentirse así después de lo que pasaste. Tuviste un episodio complicado, pero no te preocupes, el doctor Yamada vendrá en un momento para explicarte todo sobre tu estado —dice mientras revisa los monitores a mi lado y anota algunas cifras en su tabla.
Sus palabras me dan un leve consuelo, pero mi mente sigue girando, atrapada en una vorágine de preguntas que parecen no tener respuesta. Miro alrededor: la máquina a mi lado sigue lanzando sus pitidos rítmicos, y una bolsa de suero gotea lentamente a través de una aguja clavada en mi brazo. El simple pensamiento de esa aguja me hace estremecerme, con una oleada de náusea me sube por la garganta.
La puerta se abre de nuevo, y esta vez entra un hombre con una bata blanca de médico y un estetoscopio colgado al cuello. Tiene el cabello canoso y una barba plateada en forma de candado que parece cobrar vida cuando habla.
—¡Hola, Yoshiro-san! ¡Qué bueno que has despertado! Soy el doctor Iguchi Yamada, tu cardiólogo —se presenta con una sonrisa que parece cálida y profesional al mismo tiempo.
Asiento lentamente, tratando de unir las piezas de este rompecabezas que se despliega ante mí.
—Sé que debes tener muchas preguntas, pero primero déjame explicarte las cosas desde el principio, ¿de acuerdo? —dice, y su tono amable me ayuda a soltar un poco de la tensión que me atenaza el pecho.
Su voz es grave y rasposa, pero también reconfortante, como la de un viejo amigo que está allí para calmarte cuando más lo necesitas.
—Joven Yoshiro, hace unas horas sufriste un evento sincopal, es decir, un desmayo repentino. Este tipo de episodios ocurren cuando el flujo sanguíneo al cerebro disminuye bruscamente, causando una pérdida temporal de la conciencia —explica el doctor Yamada, mirándome directamente a los ojos.
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My hero academia: ¡Corazón valiente!. (OC)
Fanfiction"My Hero Academia: Corazón Valiente" Es la historia de Akane Yoshiro, un joven de secundaria que ha emigrado desde el extranjero y que ha perdido el sentido de su vida, sintiendo que ya no tiene nada por lo cual valga la pena luchar. Las constantes...