#3 Firulaisito

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Pedro entra a la casa sin echar un saludo estrepitoso al aire, como tiene acostumbrado, y eso es lo que hace a Jorge acercarse al pasillo con extrañeza.

—¿Quiubo? —le dice el mayor, secándose las manos en un trapo de cocina.

El menor cierra la puerta detrás de él y se gira en su eje, sosteniendo el cierre de su chamarra hasta su cuello, claramente trayendo algo ahí dentro, resguardado de la lluvia y el frío.

—¡Amorcito! —exclama Pedro, meloso.

Jorge toma aire y frunce el ceño, asintiendo hacia él, gruñón, ya esperando que algún bicho asome la cabeza.

—¿Qué traes ay?

—¿Qué traigo de qué, amor?

—Pedro... —masculla Jorge, rechinando los dientes.

—Jorgiiiiiito...

—"Jorgito" un cuerno, ¡¿no te dije que dejaras de recoge—?! —y entonces se interrumpe, cuando Pedro baja el cierre hasta su pecho y con la mano que lo sostiene, inclina al cachorrito hacia afuera con una expresión de miseria muy parecida a la del animal.

—Ira, —intenta Pedro, trompudo— ta chiquito.

El perrito suelta un chillido agudo y nervioso y Jorge cierra los ojos con un suspiro largo, internamente pidiéndole fuerzas a Dios.

Pedro, por supuesto, ante ese silencio, toma su oportunidad:

—Ay Jorgis, no seas malo... Míralo qué bonito es...

—Me importa tres pepinos. Mañana mismo lo llevas al refugio.

Pedro se le acerca otro paso con esa carita de borrego que el mayor pocas veces puede resistir, parando la trompa y elevando al cachorrito mojado hasta su cachete:

—¿Me quele dejar cholito en un rejujio? —suelta, infantil— ¿yenior Negrete? Yenior Joge no sea malito... A mi me dan meyo los rejujios.

—Pedro, —Jorge le envía una mirada seria, manteniendo la vista lejos del animalito que tiembla de frío y es tan pequeño que hasta le cabe a Pedro en una mano— dijimos que mascotas no.

—¿Una sola?

—No.

—Nomás esta.

No.

—Ándele, no sea así, —entonces con perrito y todo se le acerca a Jorge con mandil y lo eleva hasta su nariz, húmedo y sucio— míralo, chulada de patitas. ¿A poco no es una monada?

Jorge entrecierra los ojos y se muerde la lengua, fingiendo enfado. Sin dudas que es un muy bonito perro, pero ese no es el punto.

—¿Sí nos lo quedamos? —Pedro baja el perro y le sonríe, ya definitivamente sintiendo en el aire su triunfo, mas no se esfuma de sus facciones esa expresión de suplica— ¿chi? Ándale di que chi.

—No...

—Ay, chi, —y entonces se le refriega a Jorge en el cuello, la punta de su nariz helada, gotitas de agua escurriendo de las puntas de su cabello, y le planta un pico, el muy manipulador— por favor, por favorcito, ¿chi? Íralo, tiene frío. ¿Quele ir con papi Joge?

—No, no quiere —Jorge se da la vuelta para regresar a la cocina antes de que Pedro le deje el perro en las manos, pero el menor lo persigue hasta allá.

—Chi quele.

—Báñalo primero, cochino.

—Báñalo primero, cochino

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