La habitación estaba sumida en sombras, apenas iluminada por la luz tenue de un candelabro. Irinia se paseaba de un lado a otro, sus pasos resonaban con determinación en el suelo de madera. Walker la observaba en silencio, sabiendo que la tormenta se avecinaba.
—¿Sabes, Walker? — comenzó Irinia, su voz era baja pero cargada de una furia controlada. —Alex Morgan se cree intocable, pero tiene un talón de Aquiles, y yo sé exactamente cómo presionarlo.
Walker asintió, instándola a continuar.
—Su hijo,— continuó ella, —ese pobre diablo que cree que puede volar más alto que todos nosotros. Tengo suficientes secretos sobre él para hacer que su imagen de niño dorado se desplome como un castillo de naipes.
La expresión de Walker se endureció. —¿Estás segura de esto, Irinia? Sabes que los Morgan no se detendrán ante nada para protegerse.
Una sonrisa astuta se dibujó en los labios de Irinia. —Por supuesto que lo sé. Y es por eso que mi amenaza debe ser sutil pero devastadora. Les recordaré las injusticias que me han hecho, cómo borraron mi puesto de coronel como si fuera una mancha en su linaje. Les mostraré pruebas, insinuaciones de los actos vergonzosos de su hijo, suficientes para sembrar la duda pero no tanto para que puedan rastrearlas hasta mí.
Se detuvo frente a la ventana, mirando hacia la noche. —Y cuando vean que su fortuna y su reputación penden de un hilo, me devolverán lo que es mío. No solo mi puesto, Walker, sino también el respeto que merezco.—
Walker se levantó, acercándose a ella. —Y si se niegan, ¿qué entonces?
Irinia se volvió hacia él, sus ojos brillaban con una determinación feroz. —Entonces, querido Walker, les mostraremos lo que significa enfrentarse a alguien que no tiene nada que perder. Y creeme, haré que el mundo se arrodille a mis pies.
La escena termina con ambos personajes compartiendo una mirada de complicidad, sabiendo que el juego de poder apenas comienza.
Irinia salió de la habitación de la tropa privada. Caminó por los pasillos hasta llegar a la oficina del ministro.
La oficina de Alex Morgan era un santuario de poder, cada detalle desde el escritorio de caoba hasta los diplomas en la pared, gritaba autoridad. Irinia entró sin ser anunciada, su presencia llenaba la habitación con una tensión palpable.
Alex levantó la vista, su expresión era una mezcla de sorpresa y desdén. —Irinia, esto es inesperado. ¿A qué debo el... placer?
Ella sonrió, pero no había calidez en su gesto. —Vamos, Alex, sabes exactamente por qué estoy aquí. Es hora de que arreglemos nuestras cuentas.
Alex frunció el ceño. —No tengo nada que arreglar contigo.
Irinia se acercó al escritorio, sus ojos nunca dejaron los de Alex. —Oh, pero sí lo tienes. Mi puesto de coronel, por ejemplo. Lo borraste como si fuera una mancha en tu legado. Pero ambos sabemos que no es tan simple.
Alex intentó mantener su compostura, pero la mención de su hijo lo hizo vacilar. —Eso fue una decisión del consejo de la FEMF, no personal.
—Claro que sí,— dijo Irinia, sacando un sobre de su abrigo. —Pero tengo algo que podría hacer que reconsideres. Algo que podría manchar no solo tu legado sino también el futuro de tu querido hijo.
La mano de Alex tembló ligeramente al tomar el sobre. Dentro, encontró insinuaciones, pruebas de los actos vergonzosos de su hijo. Nada concreto, pero suficiente para sembrar la duda.
—¿Qué quieres, Irinia?— preguntó Alex, su voz apenas un susurro.
—Mi puesto de coronel,— respondió ella con firmeza. —Y quiero que el mundo sepa que fui yo quien lo recuperó, no por tu gracia, sino por mi derecho.
Hubo un largo silencio antes de que Alex asintiera lentamente. —Está bien. Tendrás tu puesto de vuelta.
Irinia sonrió, esta vez con una pizca de triunfo. —Sabía que verías las cosas a mi manera.
Con un movimiento elegante, se dio la vuelta y salió de la oficina, dejando a Alex con sus pensamientos y el peso de un futuro incierto.
Alex mira por la ventana, contemplando el precio del poder y la fragilidad de su posición, mientras Irinia camina por el pasillo, su paso resonando con la promesa de un nuevo amanecer para su carrera y su legado.
— Irinia — La voz de Rachel la hizo detenerse para girarse hacia ella sin perder la elegancia, con su máscara de gas colgando de su uniforme.
— Finalmente. ¿Lo trajiste?
Rachel asintió, aún temblando y con la vergüenza pesando sobre sus hombros por lo sucedido en el circuito. Le extendió una caja que Irinia tomó de inmediato; sus ojos rojos brillaron con maldad y posesión al ver aquella jadeíta Mascherano que siempre le había pertenecido.
— Ya puedes dejarme en paz. La deuda está saldada — Rachel intentó buscar seguridad en vano.
Irinia se burló, sintiendo cómo la locura se apoderaba de ella nuevamente, pues el gas que había estado inhalando antes estaba perdiendo efecto. Se acercó a la mujer de ojos azules para olfatear su cabello y descender al cuello, pasando su lengua por ahí, haciendo que James se tensara.
— Las cuentas aún no están saldadas. Falta mucho para que finalmente cumplas tus promesas con la mafia. Con eso no se juega, y lo que hice con tus hijos... — Irinia saboreó en el oído de Rachel, quien estaba temblando de pánico debido al trauma — fue solo el comienzo. Sacarlos con esas pinzas y después cocinarlos... ¿Comprendes que fue en parte tu culpa, no? Qué madre tan descuidada.
— Tú no sabes siquiera cómo cuidar hijos.
— Tú tampoco — replicó Irinia, poniendo su mano en el vientre de James, haciendo que esta se alejara de golpe, huyendo del lugar y dejando en el pasillo el eco de la carcajada de Irinia, con sus ojos rojos brillando de satisfacción.
Activó su máscara para ponérsela nuevamente, respirando el gas tranquilizante que le había fabricado el mismo que la convirtió en lo que era: un experimento letal con un 1% de humanidad perdida.
— Lástima — susurró Irinia —. Al menos yo tengo a mis hijos vivos.
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Blood red
FanfictionIrinia es convocada por la FEMF quien necesita de su ayuda la cual acepta por intereses personales.