CAPÍTULO 3

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Una mirada fija...sólo parpadeaba para volver a fijar la vista en esa hilera de piernas que se alzaban de manera sugerente. La música de tipo disco sonaba fuerte y llenaba de su contagioso ritmo todo el recinto. Las luces del escenario eran lo que más le llamaba la atención. Tenían el poder de convertir ese espacio en algo atractivo a sus ojos. Rick Powell analizó cada uno de los rostros maquillados de las bailarinas, que continuaban realizando una excelente coreografía grupal. Le parecían todos comunes, excepto uno, que poseía unos preciosos ojos negros en forma de almendra. Él se sorprendió, al descubrir que esa mujer lo estaba seduciendo sin remedio.

A partir de ese momento no existía nadie más que ella. Rick siguió contemplándola con detenimiento, presintiendo que ahora los segundos se volverían horas...y las horas en días. Se preguntaba, impaciente... ¿Cuánto tiempo tenía que pasar para conquistarla y después llevar a cabo su loca idea?

Las bailarinas se quedaron quietas como si fueran estatuas cuando la canción finalizó y entonces el público estalló en aplausos, haciendo vibrar el lugar. Idali y sus compañeras salieron del escenario en fila y dando pasos largos, para dirigirse al camerino. Estando ahí, todo se volvió alboroto, entre risas y alguna que otra broma. Idali fue a sentarse y se miró al espejo. Una de las muchachas le había elaborado un maquillaje de fantasía que hacía resaltar sus facciones y le gustó su reflejo. No le gustaba ser vanidosa, y aunque mucha gente le decía que era muy bonita, ella prefería no creerlo. Sin embargo, recordó por qué razón la había dejado James y algo dentro de ella se había rebelado.

Nunca más la apariencia desaliñada. Nunca más un rostro sin maquillar. ¡Cómo hubiera deseado que James estuviera entre el público y la viera bailar! Imaginó la mirada perpleja de ese tarado. Si, sería un triunfo para ella. Pero a veces las revanchas existían sólo en la imaginación. Idali inspiró, al concluir su pensamiento.

—¡Oye, aprendes rápido! Eres una excelente bailarina. –exclamó Pamela− Me has dejado impresionada.

—Nada de eso, −Idali alzó el rostro, al percatarse que le hablaban a ella− Me he equivocado varias veces.

—Pues ni se notó. –intervino Mabel− Tienes tanta flexibilidad que no se puede creer que hace tiempo que no bailas, como aseguraste.

—Si, ya hace bastante que no he estado en una pista. Sólo ráfagas en el centro de la sala. –Idali soltó una risa.

—¡Ja! Pero, ¿Por qué has vuelto a las andadas, Karen? ¿Así dijiste que te llamabas?

—Sí, me llamo Karen. –Idali sonrió, amable.

—Han pasado dos días, ¿Y no te aprendes su nombre todavía? –La reprendió Mabel.

Pamela ni se inmutó y se alzó de hombros, luego se volvió hacia las otras muchachas que platicaban animadamente. Mabel sonrió y acto seguido comenzó a desmaquillarse, pero al mismo tiempo su semblante se ensombreció. Idali se fijó enseguida de eso. Era lo que esperaba desde que se había integrado al grupo de baile. Sólo una turbación, el gesto mínimo de la consternación. Y Mabel era el anzuelo perfecto. Lo había intuido desde el principio, así que la abordó de inmediato.

—Algo te preocupa, Mabel, ¿Te puedo ayudar en algo?

—No, estoy bien. –Ella la miró brevemente— ¿Dónde estás viviendo, Karen?

Idali se percató que Mabel trataba de desviar la conversación.

—Pues...no tengo algo seguro todavía. Mi esposo no puede conseguir alquiler de algún apartamento. Ahora menos que ha vuelto a Chicago por unos asuntos personales. Tendré que hacerlo yo sola. Pero... ¿Por qué me preguntas?

El Secreto de VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora