INTERLUDIO - EL EXPLORADOR

6 1 0
                                    

Un hombre vigilaba desde la copa de un gran árbol a la caravana mercante que atravesaba el sendero del bosque. Llevaba varios días allí, esperando el momento en que su objetivo apareciese para darle caza. No era un cazador, pero quien acostumbra a trabajar en territorio salvaje sabe cómo hacerse con una o dos presas al día para sobrevivir.

El hombre desapareció en lo que dura un parpadeo y se materializó en el techo de uno de los carros de la caravana. Con un movimiento imposible lanzó varios cuchillos que brotaron de su capa esmeralda y aterrizaron en el cuello de sus primeras víctimas, guardias de caravana. Sonrió cuando los supervivientes dieron la voz de alarma, pero no se precipitó en su siguiente movimiento. En un rápido sondeo identificó al sargento de los guardias, un hombre calvo y menudo con mejores ropas que los demás. El hombre enarboló su varita y apuntó hacia él, pero era mucho más rápido y más previsor. Se desvaneció ante los ojos del sargento y se materializó justo encima, en pleno aire. Descargó varias maldiciones que habrían acabado con la vida de un elefante sobre él y volvió a desmaterializarse antes de tocar el suelo. Los guardias que quedaban en pie temblaban y gritaban con nerviosismo, un mago capaz de hacer algo así no se veía en todas partes. El hombre se materializó una última vez, esta vez apoyado junto a uno de los carruajes sosteniendo la varita entre los dedos índice y anular.

—Tenemos dos opciones. —dijo con una voz cálida y aterciopelada. —Os marcháis por donde habéis venido y me dejáis el carruaje o le hacéis compañía a vuestro sargento y los otros guardias.

Los pocos supervivientes del ataque se miraron y salieron corriendo hacia el bosque, alejándose del sendero y de la mirada divertida de su atacante.

—Lo suponía. —murmuró, guardando su varita en el bolsillo interior de la capa. Se peinó el pelo, más una manía que una necesidad por la corta longitud que presentaba, y se dirigió a la puerta del carruaje en el que estaba apoyado.

Presionó su mano contra la puerta de madera, que crujió y cedió ante la magia. Al otro lado, un grupo de personas de apariencia indígena lloraba y gemía de puro pánico ante la aparición de un hombre desconocido.

—Podéis salir, no os volverán a hacer daño. —dijo el hombre, usando la lengua indígena de la zona. No soportaba a los esclavistas, eran una epidemia en aquella zona del mundo.

Caminó hacia otro carruaje y repitió el proceso, presionando la puerta con su mano y la magia que brotaba de ella. Otro cargamento de esclavos indígenas sin nada que destacar. Se acercó al último carruaje, confiando en que su instinto hubiera servido para algo más que para rescatar esclavos una vez más. Destruyó la puerta de madera que lo separaba del interior del carro y descubrió que no había indígenas ahí, sino un bulto arrugado y empequeñecido tirado de mala manera en el centro del espacio.

—¿Hola? —dijo, esta vez en su idioma. —Estoy buscando a alguien.

No halló respuesta. Se aventuró en el interior de la gran caja de madera sin desenfundar la varita, no detectaba ningún peligro inminente frente a él. Dos pasos le bastaron para escuchar una respiración entrecortada procedente del bulto en el suelo, fuera lo que fuera aquella criatura estaba sufriendo. Apenas había movimiento acompasado con la respiración, todo parecía indicar que lo que andaba buscando no solo no estaba allí, sino que lo que había encontrado estaba moribundo.

—A...yu...da...—El hombre dio un respingo al escuchar aquella voz de ultratumba que poco podía beneficiarse de su presencia. —Sal...va...me...

No debía perder tiempo con un alma en pena que ya había encontrado su final, pero un sentimiento en su interior le impedía marcharse sin más. Sentía verdadera lástima por lo que fuera que se ocultaba en el interior de ese carro pero, por encima de todo, la curiosidad lo mataba. Una criatura moribunda allí encerrada, aislada de los demás esclavos. ¿Tal vez estaba enferma de algo muy contagioso? ¿Por qué cargar con la criatura entonces, siendo una mejor opción abandonarla a su suerte? Para cuando volvió a adueñarse de sus pensamientos, la criatura estaba siendo alzada ya por su magia y salía del carro junto a él, como si una fuerza invisible la arrastrara a treinta centímetros del suelo. A la luz del sol, la criatura resultó ser mucho más humana de lo que aparentaba en las tinieblas. No tenía ni un solo pelo en la cabeza, que había quedado a la vista al salir del carro. Ni cejas, ni pelo, ni barba, era un ser completamente lampiño, pero de clara procedencia humana. No le recordaba a ninguna criatura mágica conocida, ni siquiera a una de las leyendas peculiares. La persona a la que había rescatado no podía ser otra cosa que un humano, uno en muy mal estado.

—¿De dónde vienes? —le preguntó el hombre. —¿Tienes familia?

—A...gu...a...—La criatura no abría los ojos y apenas movía los labios al hablar. Era en cierta medida una imagen repulsiva, pero el hombre no podía evitar sentir pena por ella.

Recordó haber visto un río cerca del bosque, a una media hora de camino saliendo del sendero hacia el oeste. Siendo aquella caravana la última pista que tenía para rastrear su objetivo, y habiéndose convertido en un fiasco, decidió dirigirse al río. Durante el trayecto de media hora por el bosque, la criatura no paró de gemir y susurrar palabras incoherentes que se escapaban de los oídos del hombre. Cualquier animal o persona que los hubiera visto habría huido nada más avistar a la criatura, era como un escudo para mantener alejado a todo aquel ser vivo con la capacidad de vomitar. El hombre apenas la miraba directamente, incluso para él era difícil mantenerle la mirada. ¿Cómo podía nadie terminar en ese estado?

Alcanzaron el río antes del atardecer. Dejó a la criatura reposando en el suelo y con un movimiento de su varita extrajo un hilo de agua fresca del río que acercó a los labios del pobre humano. Estos se curvaron y se agrietaron como un acordeón viejo para absorber toda el agua posible, aunque el hombre temía que pudiera ahogarla si le proporcionaba demasiado agua. Era como saciar la sed de un pequeño roedor que bebía más de lo que su estómago parecía poder soportar.

Con la llegada de la noche, hombre y moribundo se refugiaron bajo los árboles en la tienda de campaña mágica del primero. Estaba diseñada para una sola persona, pero la criatura que había rescatado no parecía necesitar mucho espacio para seguir respirando. La dejó tirada sobre unos cojines, en posición de seguridad por si vomitaba el agua que había bebido antes. El hombre se retiró a su cama, buscando el abrazo de Morfeo para que la inspiración lo visitara durante sus sueños. El mundo onírico le dio la bienvenida como de costumbre, mostrándole toda clase de imágenes sobre su pasado y otras que ni siquiera llegarían a ser reales. El mundo a su alrededor se convirtió rápidamente en una pradera completamente blanca, aunque más que nevada parecía que todas las plantas eran de ese color de forma natural. El sol brillaba sin una sola nube que lo obstaculizara, jamás había sentido su calor tan intenso en un sueño.

—Lo que buscas no está aquí. —le dijo el Sol con una voz que carecía de tono, sólo palabras en su cabeza. —Aunque era aquí donde debías estar para descubrirlo.

—¿Qué eres? ¿Esto es sólo un sueño?

—Debes viajar al este, muy lejos de aquí. Busca en Oriente lo que le ha sido arrebatado si quieres traerla de vuelta.

El Sol empezó a brillar con más intensidad, provocando quemaduras por todo su cuerpo. Empezó a gritar de dolor, notando cómo sus cuerdas vocales se partían como las cuerdas de una guitarra. El calor se iba volviendo cada vez más insoportable y la luz reflejada en la vegetación blanca le quemaba las córneas. Era un sueño, pero dolía como una tortura real.

Despertó con un grito ahogado, empapado en su propio sudor. La temperatura en la tienda era agradable, no había ningún sol asesino quemando su cuerpo. Se miró las manos, aunque no esperaba encontrar nada en ellas. Todo a su alrededor estaba igual que cuando se había quedado dormido, a excepción de una cosa. La criatura se había movido del lugar en el que la había dejado reposando y ahora se encontraba a los pies de su cama, tumbada boca arriba en el suelo mirando al techo de la tienda. Había abierto los ojos, dos franjas enrojecidas con una pupila negra en el centro que parecían no tener ningún alma detrás. A pesar de mostrar aquellos nuevos ojos, la criatura parecía menos humana que antes.

—No sé qué voy a hacer contigo, pero no puedo llevarte adonde voy. —La criatura empezó a mover la boca, sin decir ninguna palabra. —¿Tienes algo que decir? ¿Quieres que te deje en alguna parte?

—Ko...—susurró. Una lenga seca como un estropajo brotó del interior de su boca y rozó sus labios descompuestos, dudaba que eso fuera a ayudar a hidratarlos. —Ko...rit...

Aunque no completó la palabra, bastaron dos sílabas para que el hombre se decidiera sobre su destino. Se había equivocado al pensar que había dado con un callejón sin salida con la caravana mercante. Tal y como le había dicho el sueño, estaba en el lugar exacto para continuar con su búsqueda. Y ahora tenía una extraña compañera que parecía estar relacionada con lo que tanto tiempo llevaba buscando.

Wizarding World: Las Bóvedas MalditasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora