No tengo claro en qué momento me quedé dormida, o si él seguía ahí o no. Cuando desperté, los vasos de jugo estaban vacíos y había una cobija encima de mí.
Busqué a tientas mi celular, según yo lo tenía cerca antes de quedarme muerta en el sillón, y claro, a fuerza tenía que estar por ahí, quizá en el suelo o entre los pliegues de la cobija.
—Está sobre la mesa, Thanya. —dijo, miré a todos lados y luego noté sus piernas debajo de mi cabeza; naturalmente, su voz venia del lado contrario.
Pegué un brinco tan rápido como pude, eso sí fue intencional, pero golpear su mandíbula con mi cabeza no lo fue.
Él no dijo nada mientras yo tomaba el celular y me levantaba del sillón, tampoco abrió la boca cuando recogí la libreta, sólo habló cuando me metí al pasillo.
—Buenas noches. —dijo. Sin querer di un portazo como acostumbraba en casa y recé al Dios -en el que casi no creo- para que Ryan no fuera a malinterpretar nada.
—No me importa lo que piense, no me importa lo que piense, no me...—lo repetí hasta que noté que me estaba comportando como loca.
Revisé la hora para intentar calmar mis nervios, pero me alteró más pensar que aún faltaba mucho para que amaneciera y fuese capaz de volver a mi casa.
Para ser sincera, ese momento con Ryan me había distraído lo suficiente para que ya no pensara en mi padre, ni en que me corrió de nuevo... Ni en mis frustrados planes a futuro. Claro, no lo pensé hasta que lo hice, por así decirlo.
Mientras analizaba las complejidades de la mente humana y como entre más intentabas evitar un tema, más fácil era tocarlo, el tiempo se pasó volando, tanto que la alarma de mi celular llenó el vacío de la casa.
Cuando salí de la habitación, lo hice convencida de que era la primera en despertar, pero el chico en pijama que caminaba como zombie por el pasillo con un vaso de agua, me regresó a la realidad.
—Buenos di...—lo interrumpí, regresando al cuarto y cerrando la puerta frente a él. No podía creer que siguiera nerviosa por lo pasó, peor aún, me parecía increíble que siguiera azotando esa pobre puerta.
Escuché unos golpecitos en la madera a los cuales no respondí hasta que se hicieron imposibles de ignorar. Cuando abrí, Ryan tenía una expresión seria, muy marcada por esas cejas suyas, pero no parecía molesto, más que nada gritaba confusión.
—¿Qué pasa? —, alzó una de sus manos hacia mí y torpemente me hice para atrás, claro que, igual me alcanzó su agarre. Sentía que mi rostro hervía; más aún con su tacto en una de mis mejillas.
—Nada. —dije entre dientes.
—¿Estas molesta? —, negué con la cabeza—, ¿nerviosa? — no respondí, incluso luego de que acercara más esos ojos claros a mi cara, no dije ni una sola palabra.
Entonces me soltó y se llevó la mano a la boca como había hecho en la noche, sonriendo por un momento.
—Perdón por ponerte nerviosa... Pero no dejaré de hacerlo. —, después siguió su camino a la próxima puerta del pasillo, en la pared de enfrente a la mía.
—Como sea. —respondí, aunque era probable que él ya no podía oírme. Regresé a la habitación sólo por mis cosas y me encaminé a la cocina donde vi una silueta pequeña y encorvada, justo como lucia la abuela de Ryan.
—Ya debo...—me interrumpió.
—Supuse que no te quedarías a desayunar así que dejé tu desayuno en esa cajita de allá, no te preocupes por regresarla, te la regalo. —, agradecí con la cabeza y la señora extendió sus brazos para rodearme con ellos. ¿Hacia cuánto tiempo no recibía un abrazo tan cálido?
—Gracias. —susurré.
Claro que poco tardaron en mezclarse el frio de la mañana y el de mi realidad. Caminé cada vez más lento, con cuidado de que no se me cayera nada de ninguna de las bolsas.
La puerta cedió a la llave y entré a mi casa sin hacer ruido. La cocina estaba hecha un desastre y en la sala estaba mi padre en calzoncillos; había cigarros a medio apagar en el cenicero de la mesita, la tele estaba encendida con la pantalla gris y para variar, la mujer de esta semana no sé veía por ningún lado.
—Thanya, ¿estás ahí? —, escuché a través de la puerta, ya en mi cuarto.
Ahora venia la parte que odiaba más que el que me ignorara cada semana; el día de redención mientras encontraba a una mujer nueva.
No lo odiaba por que hiciera algo malo, lo detestaba por ese atisbo de esperanza y de felicidad que sabia, se esfumaría apenas el calendario cambiara.
—No. —contesté. Él no abrió, nunca lo hacía, no desde que entró sin permiso y me encontró cambiándome. Eso fue cuando aún estaba con mamá.
—Comamos juntos hoy, compraré pizza y nachos. —, pese a que siempre comíamos lo mismo cuando terminaba alguna de sus relaciones, seguía deseando que pasara; un día cada tanto se portaba como el padre que era antes.
Los recuerdos me acorralaron por un momento llenándome de ira. Los adultos eran tan irresponsables, iban por ahí teniendo hijos; formando familias y luego, luego se daban cuenta de que la vida es más complicada que un "felices por siempre".
—Claro, regresaré temprano. —respondí al abrir, ya tenía puesto un pantalón y se notaba que había hecho un esfuerzo por arreglar su cabello.
Esta vez, sí que tomé el autobús para tener menos tiempo para pensar, lo cual no funcionó en lo más mínimo, lo que, es más, parecía que mi cabeza se había tomado la molestia de hablar más y más rápido de lo habitual.
Detestaba estar en el centro de las cosas, o bien que me pusieran ahí, ya tenía suficientes problemas para soportarme a mí y todavía tenía que ser comprensiva con lo que sucedía a mi alrededor.
Lo mismo había sido antes, cuando mamá lo golpeó por primera vez, cuando él la engañó, cuando mutuamente se hicieron pedazos; lo que sobró de ese maldito rompecabezas fui yo. Una miserable y detestable yo.
Al bajar del autobús, mi teléfono rebotó en el suelo y la pantalla se rompió -más- aunque con mi suerte sólo pude agradecer que no se cayera en ese apestoso charco en el que mi pie entró como si fuera su casa.
Andaba tan de mal humor como todos los días, aunque hoy me sabia mal porque no sentía tener motivos. No por no tenerlos en sí, sino que porqué había probado la calidez de una vida diferente y... Maldición, realmente dolía.
Dolía ver a través de la ventana en el autobús y notar que había esas frustrantes sonrisas; obvio, me sentía peor al ser una envidiosa, pero... Pero al final de todos mis confusos pensamientos, no sabía si el problema era yo o todo lo demás.
Probablemente un poco de ambas.
—Debió quedarse ayer, señorita. —dijo el profesor, ¿por qué mi primera clase tenía que ser con él?
—Le recomiendo no hablarme hoy —dije cerrando la libreta que apenas y había tocado durante la clase—, o mejor, simplemente no me hable.
ESTÁS LEYENDO
Ethanya
Romance-¿Todo bien? -preguntó, parecía estar recargado en el exterior de la puerta. -No, tengo miedo de que me secuestre un miope. -dije lo más seria que pude, poniéndome la pantalonera negra. -¿Miope? -, se quedó un rato en silencio-, ¡¿Yo?! Obviando que...