Capítulo 1.

2 0 0
                                    


La música se mezclaba tan bien con mis pensamientos; como si hubiera sido hecha para ese momento y para los huecos de mi cabeza, específicamente.

No iba a saltar, no, no se trataba de eso, tan sólo era un instante para contemplar la posibilidad. Sentía el aire frio en mi nuca como si una mano que me empujaba estuviera ahí, jugando con la parte rapada de mi cabello: papá siempre había estado en contra de que lo tuviera tan corto y desigual.

─Así no parezco una doncella, ¿O sí, viejo? ─pregunté, aunque claro, estaba sola. Me sujeté al concreto con las manos al revés para asomar la cabeza hacia abajo del puente, un poco más atrás de donde estaba el charco.

Aún se veía la cara muy redonda en mi reflejo, y la nariz muy pequeña, es decir, aún me veía muy pequeña; pero que se le iba a hacer, era una niña todavía, no podía dármelas de adulta cuando ni siquiera había iniciado la preparatoria.

Una pausa en el reproductor me sacó de mis pensamientos, los audífonos por fin se habían quedado sin batería luego de estar en esa fría noche por varias horas. Una pequeña corriente de sentimientos me hizo preguntarme si mi padre al menos habría notado que me fui luego de esa estúpida cena con su hermana.

Metí las manos a las bolsas de la cazadora y giré sobre mi lugar, sin tanto cuidado como debería; pero igual no me caí.

No había estrellas: más bien, la ciudad causaba tal alboroto visual que las estrellas preferían esconderse y, siendo sincera, creí que yo también querría permanecer oculta. Alejada al menos, apartada de tanto bullicio.

─¿Tienes un encendedor? ─me preguntó, ni siquiera había notado su presencia en el mismo puente.

─¿Te parece que tengo la edad para fumar? ─respondí, el chico me vio por encima de las gafas -que obvio- eran sólo un accesorio, porque no aumentaban en nada el tamaño de sus ojos.

Debajo de esas pobladas cejas, brillaban dos luces claras con intensidad, aunque se perdiera por la mala iluminación de la banqueta.

─No pregunté si fumabas, pregunté si tenías un encendedor. ─ Dio un paso hacia mí y por instinto, me pegué a la orilla del puente. Reflejos estúpidos, hubiera sido más efectivo correr.

─No tengo. ─respondí. Pese a que el chico no se veía en sí peligroso, pasaban las cuatro de la mañana y había permanecido en silencio detrás de mí.

─Entonces permíteme mostrarte algo ─. Siguió acercándose y yo aferré la mano alrededor de la navaja en mi bolsillo. Quizá aún no era experta en manejarla, pero siempre era mejor estar armada que no estarlo.

Apareció por arte de magia -o de mi falta de atención- un encendedor de esos que tienen tapita, se inclinó sobre otro charco que estaba entre nosotros y acercó la flama.

Para mi sorpresa, cuando la charca se incendió, el lunático metió la mano en el fuego y levantó el agua encendida en la palma hasta la altura de mi rostro.

─Estos charcos tienen más aceites o grasa que agua ─dijo, justo segundos después sacudió la mano y el fuego en ella se apagó.

─¿Qué estás haciendo? ─pregunté, quise acomodarme el cabello con la cabeza, pero fracasé estrepitosamente.

─Te muestro algo genial para que no te mates ─. Se encogió de hombros.

─No voy a matarme, idiota ─. En ese momento decidí que ya me había expuesto lo suficiente, así que di media vuelta dirigiéndome hacia la mezcla de luces opacas y neón que brotaban de la ciudad.

─Soy Ryan. ─habló, caminando detrás de mí.

─Si te acercas más, voy a rasgar esa bonita chamarra verde con una navaja, Ryan ─. No sentí la necesidad de apresurar el paso porque en sí, se mantuvo lejos, sólo se quedó tan cerca como para que lo escuchara hablar.

─Mis padres me botaron ─soltó, sin detenerse─, la abuela de mi amigo decidió adoptarme hace dos años ─, traté de adivinar por qué me contaba todo aquello─. Justo unos meses después, mi amigo me dice "Hey, gracias por no dejar sola a mi abuela" por teléfono, creí que todo estaba bien, ¿sabes?

En ese punto de su extraña charla, noté que no estaba en sus cinco sentidos, seguro se había drogado o alcoholizado.

─Horas después de esa llamada, me contactó la abuela, resulta que Kenny se suicidó esa tarde ─, dejé de caminar por instinto, quizá era una trampa, pero, no era como si mi vida me importara mucho de todas maneras. Me detuve y volteé a verlo─. Saltó, de ese puente, con un cigarro encendido en la boca. La mujer que lo vio dijo que; cuando cayó, el charco se incendió y terminó de rematarlo.

<<Me asustaste hace rato, creí que... Vería lo mismo que esa mujer. Cuando sucedió todo aquello, la abuela decidió llevarme con ella a otra ciudad: hoy volvimos. No había tenido oportunidad de venir al lugar donde Kenny acabó con todo. ─su voz se quebró y se sentó en la banqueta, entre una botella verde de cerveza y una cucaracha muerta.

─¿Entonces tu plan fue venir drogado al lugar donde tu amigo se mató? ─pregunté, acercándome -me senté lo tan lejos como pude de la cucaracha.

─No estoy drogado, fue la primera vez que tomé alcohol, ¿crees que me pegó mucho? ─, se quitó los lentes─, ¿crees que la abuela lo note?

─Quizá está más preocupada de que estés a media madrugada fuera, ¿Cuántos años tienes?

─Dieciséis, volvimos para que hiciera la prepa, perdí un año con todo eso de Kenny. ¿Tú quién eres?

─Thanya. ─. No supe si darle mi nombre fue buena idea, pero el chico me había contado toda su vida -en dado caso de que fuera verdad- ¿qué más daba un nombre?

─Me gustan esos mechones rosas y tu cabello en general, Thanya, gracias por no matarte. ─, se pasó las manos por la cabeza y descubrió una de sus orejas, más bien, pude ver una de sus orejas, tenía un pequeño arete negro en ella.

─¿Estás bien? ─, me levanté y le extendí como estúpida mi mano derecha para ayudarlo a levantarse ─. ¿Te acompaño a tu casa?

─¿Estás helada? No sé si ─se interrumpió mientras me sujetaba─... Normalmente los chicos acompañan a las chicas.

─Si, pero yo no acabo de mudarme ni estoy ebria, aparte soy más peligrosa que cualquiera aquí. ─alardeé, mostrándole la navaja. Igual y era una idea tonta porque seguía siendo pequeña; si encontraba a alguien con una mejor arma, poco servía que supiera defenderme.

─Gracias por ayudar a un desconocido, eres una buena persona, Thanya ─, empezó a caminar─. ¿Quieres ser mi amiga?

─No volveré a verte, Ryan ─, solté su mano─. ¿Por dónde vives?

Cuando me dio su dirección, pensé en que quizá mis últimas palabras se convertirían en una mentira; pues vivía una calle más abajo en el mismo vecindario que yo, de hecho, estaba muy cerca del puente en el que estábamos.

La casa era simple: de esas pequeñas que daban en el gobierno, de un solo piso y con la puerta en un lado. Estaba pintada de rosa y tenía un foco muy reconfortante en la pared vecina a la puerta.

Cuando toqué, el chico acarició mi cabeza y se arrodilló frente a la puerta. Más tarde escuché el golpeteo de un bastón -o quizá una andadera- y luego el cerrojo ceder.

─Ryan...─dijo la mujer, sus ojos brillaron con la luz, o con las lágrimas.

─Perdóneme, abuela, ya estoy de vuelta. Tomé alcohol y puede castigarme. ─. Mínimo el chico era honesto.

─¿Quién es esta muchacha?

─Thanya, me acompañó de regreso, pero dice que no volveré a verla ─, saludé haciendo un gesto con la cabeza y me di la vuelta para irme.

─Espera, por favor ─pidió la mujer, perdiéndose en la oscuridad de su casa. Salió unos instantes más tarde con una caja metálica con -lo que quiero creer- galletas─. Gracias por salvar a mi muchacho, no sé qué hagas a esta hora en la calle, pero... gracias. Ve con cuidado y no hagas tonterías.

Tomé la caja y agradecí con un movimiento similar al anterior, para luego regresar al puente. Quizá comería esas galletas antes de volver a ver el rostro mi padre.

EthanyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora