Capítulo 11

268 82 8
                                    

Cibel había vuelto a adormilarse, pero cuando abrió los ojos, se encontró con la mirada dorada de su esposo, fija en ella. Sonrió. Y él hizo lo mismo.

–¿Tuviste un buen sueño? –musitó Jules, mirándola con profundo cariño–. A momentos, sonreías –explicó.

–Hmmm –Cibel no dejaba de sonreír–. Sí. Soñé con nuestro Antoine. Lo extraño.

–También yo –respondió Jules, nostálgico–. Espero que podamos tenerlo con nosotros pronto... no veo el día en que finalmente volvamos a nuestro hogar.

–Nuestro hogar –repitió Cibel, sacudiendo la cabeza–. Nunca creí que llegaría a pensar así sobre el Castillo de Grianmhar... supongo que, desde que llegó Antoine, y ahora tú... sin duda ustedes conforman mi hogar.

–Belle... –la manera en que había pronunciado su nombre encerraba tanto sentimiento que ella se incorporó, con la idea de acurrucarse en su regazo. Jules la abrazó–. Te quiero.

–Jules... –Cibel apoyó la cabeza en su pecho– me encanta tenerte cerca.

–Y a mí... –Jules continuó acariciando su cabello–. Belle, ¿puedo preguntarte algo?

–Sí.

–Me intrigaba tu manera de actuar con Antoine y...

–Nunca lo rechacé –susurró.

–Lo sé. Lo visitabas en las noches, en secreto. Y no demostrabas tu cariño por él abiertamente... ¿por qué?

–Es... complicado. Hmmm... crecer en la Corte significó que, desde muy temprano, supiera que cualquier afecto podía ser usado en tu contra. Era una debilidad y un riesgo demasiado grande tener un apego por alguien cercano, incluso familia o amistades. No lo sé, temí que... no sabía si en Artem... Antoine era tu heredero, así que no sabía cómo lo criarías o qué harías con él. ¿Y si ni siquiera podía acercarme, por qué amarlo? Fui tan tonta, como si se pudiera evitar amar a alguien, más aún a un hijo... a mi hijo... –negó Cibel, triste– no quería que nadie pudiera usar el amor que sentía por él como un arma en contra... ni suya, ni mía. Simular una distancia era lo seguro... o eso creí por mucho tiempo.

–Lo siento, esposa mía, que tuvieras que pasar por todo esto sola –Jules habló, sintiendo un nudo en la garganta– pero no más. Te puedo prometer que no tienes nada que temer, en Artem nadie usará el amor que sientes por Antoine como un arma en tu contra o en la suya. Yo nunca lo haría, sin importar qué, y nadie más lo hará. Confía en mí, quiere libremente a nuestro hijo –bajó la voz para añadir– y ámame así también a mí.

Cibel lo abrazó con fuerza, emocionada. No dijo nada, solo asintió en silencio, sin tratar de ocultar las lágrimas que derramaba. De alivio, de emoción; y, de, finalmente, sentirse comprendida y amada. Profundamente amada.

Una hora después, Jules había tomado una breve siesta y estaba listo para explorar los alrededores. Convenció a Cibel de esperarlo, resguardada en la cabaña y salió.


***


Un par de días se sucedieron sin que Jules sintiera mayor inquietud. Sus exploraciones previas habían demostrado que no había señales de algún poblado cercano; en realidad, esta cabaña parecía formar parte de una extensa propiedad rural y, él estaba más convencido aún tras lo visto, que el lugar estaba en las tierras de Artem.

Mientras se debatía entre movilizarse más allá, llevando a su esposa herida consigo, o esperar que se recuperara completamente, la decisión fue tomada por él. Estaba cazando y se encontró, casi de frente, con otros hombres que habían estado persiguiendo la misma presa.

Un día (Drummond #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora