Capítulo 5

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Cibel se encontraba mirando a la luz que ingresaba por unas rendijas altas de la pared. La construcción de la habitación le hacía pensar en una fortaleza, así que suponía que estaban retenidos por alguien con bastante poder e influencia. No cualquiera tendría a su disposición varias personas que los vigilaran o un lugar donde aislarlos sin peligro alguno de miradas y preguntas indiscretas. Después de todo, Jules seguía siendo un regente, tenía que estar siendo buscado.

–Jules.

–¿Sí?

–¿Quién sería regente si tú...?

–Mi hermana hasta que Antoine cumpla la mayoría de edad.

–Hmmm.

–¿Qué sucede?

–¿Crees que...? –Cibel negó–. No...

–Si quieres preguntar si Soleil, mi hermana, querría desaparecernos, la respuesta es no –respondió, con dureza.

–Dioses, no quise... –pero sí, eso era exactamente lo que había querido preguntar–. Lo siento, no la recuerdo y...

Sus palabras se interrumpieron cuando sintió la mano de Jules en su brazo. Encontró sus cálidos ojos dorados y suspiró.

–También lo siento. Es sólo que, durante muchos años, mi hermana ha sido mi única familia y, al ser tan joven, he sido muy protector con ella.

–Entiendo.

–Nos separan seis años. Muchas veces la sentí más como una hija que una hermana.

–Especialmente porque tus padres no estaban ahí. Supongo que tú también fuiste una especie de figura paterna para ella.

–Muchas veces, supongo que lo fui. Éramos no solo hermanos, sino amigos. Grandes amigos, de los mejores.

–La quieres mucho.

–Sí.

Jules elevó una mano y le acarició la mejilla, con suavidad.

–Eres hermosa, Belle.

–Dioses, ¿a qué ha venido eso?

–Es solo que... –Jules sacudió la cabeza–. No puedo imaginar cómo me ves tú a mí –dijo en cambio.

–¿A qué te refieres?

–Bueno, soy bastante mayor ahora.

–Tenemos la misma edad, te recuerdo, y no me considero bastante mayor.

Jules rió y la estrechó entre sus brazos. Cibel se apoyó en su pecho y sonrió.

–De acuerdo, me refería a que ha pasado mucho tiempo desde... –Jules se interrumpió y buscó su mirada– ¿me conocías de antes? ¿En la Corte?

–Bueno... si preguntas si te vi... sí.

–¿Cuándo? Yo no sabía quién eras ni cómo lucías cuando el monarca...

–¿Quieres que admita que espiaba y así me enteré de que me entregarían en matrimonio a lord Saint-Clair de las tierras de Artem? Porque, sí, eso es lo que hice.

–Eras muy valiente.

–O muy tonta al arriesgarme así. Pero no tenía nada que perder, Jules. Necesitaba saber quién... quién eras tú, más allá de lo que logré averiguar sobre ti.

–¿Y qué averiguaste? ¿Te preocupaba?

–Al contrario –desvió la mirada–. Me sentí aliviada. Rescatada –añadió en un murmullo.

Un día (Drummond #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora