Capítulo 10

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Jules continuaba sentado cerca del fuego, pero esta vez, la cabeza de Cibel reposaba en su regazo y él acariciaba su cabello con suavidad, pensando en lo que tendría que hacer a continuación. Buscar más provisiones en los alrededores y estar atento a cualquier signo de personas, sea que pudieran ayudarlos o no. No podía dejar de estar alerta.

Esperaba que la herida de Cibel sanara bien, que no tuviera fiebre y... dioses, le preocupaba tanto perderla. No, eso no era preciso. Le aterraba la sola idea de no tenerla a su lado. Belle era... su Belle. Una parte de sí.

¿Cómo es que había dejado pasar tantos años sin sentirse así? ¿Cómo había vivido antes de ello? Ni siquiera podía recordarlo del todo.

Por eso cuando ella le pidió que se marchara, diciéndole que recordaba todo, se sintió furioso. Consigo mismo, porque eso significaba que lo había hecho tan mal que ella pensaba lo peor de él, que podría abandonarla, desprotegida, en procura de su bienestar personal. Que era un egoísta y ella lo sabía... que ni sus palabras de amor habían cambiado todos los años en que no la había amado. Que se arrepentía de todo lo sucedido entre ellos aquellos meses.

Y sí, él siempre sería el mayor culpable, porque Belle lo intentó al inicio. Él no.

Y seguía siendo imperdonable que, aun años después, él hiciera unos intentos muy esporádicos y tibios para acercarse a ella. Diablos, era su esposa. ¿Qué había estado pensando al actuar como un jovencito orgulloso e idiota?

Pero se obligó a reprimir todo eso, especialmente el terror de que su herida fuera mortal, cuando la tomó en brazos y buscó un lugar seguro. Esa era su prioridad, atenderla, hacer que estuviera bien. Que sobreviviera.

No podían los dioses quitársela tan pronto... no quería que se la quitaran nunca.

¿Y cuál había sido la prioridad de Belle en medio de todo esto? ¡Él! Su bienestar. Su seguridad. Maldita sea, una vez más, él.

No necesitaba que se lo dijera. Él lo sabía cómo si se lo hubiera gritado.

Lo amaba.

Estaba enamorada del idiota que era su marido.

Lo amaba y eso era algo que nunca dejaría de agradecer a los dioses.

El puro milagro de haberse encontrado finalmente. De que todavía existía la posibilidad de tenerla a su lado. De tener esta oportunidad que se le había dado un día cualquiera, por desviarse de la ruta que acostumbraban a tomar, en sentido literal y figurativo. El cambio en su camino de regreso hacia el Castillo de Grianmhar lo había significado todo.

–Jules... –musitó entre bostezos Cibel– no planeaba quedarme dormida.

–Necesitas descansar. Para reponerte –contestó–. Yo velaré tu sueño, así que no te preocupes por nada.

–¿Y tú cuándo descansarás?

–Después.

–Puedes hacerlo ahora. Ya no tengo sueño.

–No es necesario.

–Si no estás cansado...

–No.

–Ahora que recuerdo... todo. Jules, me gustaría...

–¿Sí?

–Quiero preguntarte...

Al notar que no seguía, Jules encontró sus ojos y halló incertidumbre. Sonrió, alentador y dijo:

–Lo que sea.

–¿Milord?

–Puedes preguntarlo todo. Te responderé lo que quieras saber. Y solo con la verdad.

Un día (Drummond #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora