Capítulo 12

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Cibel pasó con cuidado su brazo vendado dentro del vestido que le habían traído; le quedaba algo pequeño, pero estaba limpio. Alguien de la residencia, que sabía un poco de sanación, la había revisado hasta que consiguieran llamar un médico del pueblo más cercano. Cómo había sospechado, estaba prácticamente recuperada, Jules había hecho un gran trabajo cuidando su herida y, si él no hubiera estado tan insistente, habría pedido que no trajeran ningún especialista.

Solo que, le gustaba tanto verlo así, pendiente de ella, que no se animó a contrariarlo.

–¿A qué se debe esa sonrisa, milady? ¿Te sientes mejor? –inquirió Jules, acercándose hasta ella y despidiendo a la doncella que la estaba asistiendo–. Yo puedo ayudarte.

–¿Tú? –soltó Cibel, divertida.

–Sí, recuerda que tengo una hermana menor de la que cuidé más veces de las que puedo contar.

–¿Ah sí? Yo pensé que, siendo el regente desde tan temprana edad, habrías buscado que alguien más se ocupara de una pequeña niña...

–No. Soleil ya había perdido a sus padres... no podía hacer que también perdiera a su hermano.

–Tú también los perdiste –musitó Cibel, acariciando su mejilla–. No imagino cómo fue... lo siento.

–Yo también. Eran buenas personas –respondió Jules, pensativo.

–Siendo el testimonio de su vida alguien como tú, no tengo la menor duda.

Jules le sonrió levemente, antes de darle un beso en la mejilla.

–Estás lista. Y te ves preciosa, como siempre.

Cibel no pudo evitar sonreír en respuesta, y la amplió más cuando él la llevó hasta un espejo que ella no había notado en la estancia.

–¿Lo recuerdas? Te dije que eras hermosa –habló Jules detrás de ella y la besó en el costado del cuello. Sintió que la rodeaba completa cuando añadió–: absolutamente hermosa.

–Jules... –Cibel cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho. Él le pasó un brazo por la cintura, acercándola–. Hmmm...

–Nos esperan para cenar –le recordó al oído.

–¿De verdad debemos asistir? –se lamentó.

–Dado que enviamos nuestra aceptación, me temo que sí.

–Eres el regente, ¿no puedes simplemente cambiar de opinión?

Su voz era bromista al decirla y notó cómo la diversión teñía la voz de él al responder:

–No me tientes –la giró para darle un breve beso en la frente y, ofreciéndole el brazo, la condujo hacia el salón en que los esperaban para la cena.

Cibel no perdió la sonrisa amable que había esbozado desde que entraron, aun cuando, de entre todos los presentes, había alguien a quien sí conocía. Pues, era cierto que había asistido a escasos compromisos como lady Saint-Clair, en Artem, pero no había necesitado hacerlo seguido para, en una ocasión, encontrarse de frente con esa mujer en compañía de Jules.

La joven que había sido su prometida. Menuda, rubia, de facciones angelicales, haciendo que su nombre, lady Angeline Durand, le quedara perfecto.

Y la odió instantáneamente. Más aún cuando la trató con la amabilidad y deferencia que su título de lady Saint-Clair conllevaba, sin darle la oportunidad de tacharla de maliciosa o vulgar. Era una noble, en toda la extensión de la palabra.

¿Cómo no iba a odiarla?

Y, cuando estuvieron a la altura de ella, recordó que siempre se veía más delicada junto a otros, más aún con Jules pareciendo un gigante a su lado.

Un día (Drummond #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora