La melodía del silencio

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Solas—Gibran Alcocer




La luz titilante de la hoguera danzaba al ritmo de la melodía entonada por los músicos, "Unchained Melody", deslizándose con gracia por el bosque y otorgando al entorno una belleza singular. En aquel escenario, el batallón se hallaba inmerso en una atmósfera impregnada de sentimientos armoniosos y cálidos, como si la música misma tejiera un velo de serenidad sobre ellos.

Las risas, acompañadas por el baile, conferían un aura de magia al momento. No obstante, en el jardín interior de la princesa de Edelheim, un velo de oscuridad y pesar se posaba sobre su ser, despojándola de la armonía que siempre la había caracterizado.

Con el corazón apesadumbrado, Lisa observaba con atención a su prometido, quien mantenía una animada conversación con su leal amigo Jimin. La escena despertaba en ella una curiosidad inusual, mientras contemplaba el momento con melancolía. A lo largo de los meses compartidos con el príncipe, no había logrado establecer una conexión verdadera con él. Se preguntaba qué tipo de vínculo unía a esas almas que se encontraban frente a ella, sin percatarse del escrutinio cuidadoso al que las sometía. La atmósfera, cargada de interrogantes y emotividad, la envolvía, mientras anhelaba comprender los misterios que rodeaban a aquellos que, a pesar de estar tan próximos, parecían habitar mundos interiores distantes y desconocidos.

Impulsada por una ineludible necesidad de desvelar los misterios ocultos tras ese vínculo invisible, su determinación infundió gracia a cada paso de los dos amigos mientras se aventuraban en el bosque, en medio de una festividad dedicada a su partida. Lisa, con la ligereza de plumas en su andar, persiguió con gracia la silueta esbelta envuelta en una suave camisa de seda blanca.

Ajeno al mundo que lo rodeaba, el poeta avanzaba con paso firme tras el príncipe, quien detuvo su marcha entre dos majestuosos árboles frondosos. En un giro repentino, el príncipe se enfrentó a su amigo, lo que llevó a la princesa a actuar con prontitud, deslizándose ágilmente detrás de un robusto tronco.

Los ojos, profundos como el café y velados por la lluvia, contemplaban la escena que se desplegaba ante ella. Inmóvil en su lugar, Lisa observaba con detenimiento cómo las manos de aquellas dos almas se entrelazaban en armonía, danzando al compás de una melodía que no cesaba. Un extraño torbellino de dolor se agitó en su corazón cuando los labios que anhelaba besar con fervor se posaron en la nariz de otro, una nariz ajena que no le pertenecía.

Con la delicadeza de una lluvia de meteoritos que apenas rozaba sus mejillas sonrosadas, cada impacto era como un alfiler que se clavaba en lo más profundo de su ser. Los esfuerzos por conquistar el corazón del príncipe de maravilla resonaban con una fuerza imponente, susurrándole con insistencia que había fracasado, mientras la respuesta a su derrota se presentaba ante ella con una claridad indiscutible.

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