Capítulo 10.

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Aliados.

Aitara.

Cuando recupero la conciencia, me niego a abrir los ojos. Me pesan del sueño que tengo, mi boca está seca y mis labios se sienten rotos, mientras que todo mi cuerpo se siente como en el aire.

Algo me rodea la cintura obligándome a abrir los ojos para encontrar a mi lado a Sareth quien aún duerme y me mantiene abrazada. Trato de apartarme, pero en cuanto me muevo abre los ojos.

El verde de sus ojos se ilumina al verme despierta.

—¿Estás bien? —Pregunta despertando por completo y poniéndose de rodillas sobre la cama—. ¿Quieres agua? ¿Quieres comida? Ellos traerán lo que yo les pida.

Frunzo el ceño. ¿Cómo es que tiene tanta fluidez siendo tan pequeño?

—Estoy bien. Solo tengo sed. —Le aseguro y se apresura a bajar de la cama.

Como si fuese un hombrecito camina hasta la puerta y las palabras que grita en italiano me erizan la piel.

—Mia madre vuole dell'acqua, sbrigati!

«Mi madre quiere agua, ¡apúrense!».

No se aparta de la puerta hasta que ve que alguien viene con el agua y lo observa con cuidado viendo cada uno de sus movimientos. Recibo el agua y Sareth evita que la tome.

—Pruébala antes. —Le ordena a la mujer que lo ve con respeto—. Hazlo.

Frunce el ceño con clara molestia y la mujer se apresura a recibir el vaso y toma del agua antes de que yo lo haga. Al ver que ella está bien, tomo el vaso bebiendo el líquido.

La mujer se apresura a salir y Sareth vuelve a tomar su cara angelical al estar solo conmigo. Se mueve hacia la mesa de noche y toma su tablet, pareciera como si está escribiendo algo.

—¿Dónde está Alenka? ¿Qué fue lo que pasó?

—No me dicen que pasó. —Asegura—. Mi tía está con el abuelo en la biblioteca.

En cuanto habla mi memoria recapitula todo lo que pasó. Joder. Matteo en serio no me recuerda. No es él.

Me pongo de pie y un mareo me toma haciendo que me apoye en la mesita de noche y Sareth suelta su tablet tomando mis manos.

—¿Dónde quieres ir? Yo te ayudo.

—Estoy bien. —Le aseguro cuando el mareo me abandona y recupero la lucidez.

¿Cómo es que estoy tan bien si me inyecto Dominio?

Me percato de la camiseta hecha pedazos y trato de cubrirme cerrando la cremallera de la chaqueta que traía encima.

—Yo te espero aquí. —Asegura el pequeño—. ¿Estás segura de que estás bien?

Me acuclillo frente a él, peinándole el cabello rubio y despeinado.

—Estoy bien, te lo prometo. Mírame, sigo igual de guapa, ¿o no? —Le digo con broma.

—Sí, por eso mi papá está enamorado de ti.

El sabor a hiel me inunda la boca con un amargo sentimiento.

—Claro. —Le aseguro con una sonrisa de boca cerrada.

Me levanto dejándolo detrás y en cuanto dejo de verlo mi humor cambia por completo. Estamos muy jodidos si ni siquiera viéndome caer, Matteo reaccionó.

No sé cómo podríamos hacer esto sin que uno de los dos acabe muriendo otra vez.

Avanzo a paso firme hasta la biblioteca y al abrir la puerta, dos pares de ojos se centran en mí. Ambos lucen tensos.

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