Capítulo 9.

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Realidad.

Alenka.

La fila de camionetas se desliza detrás de mi camino al cementerio.

—Si Matteo Beckett se encuentra ahí, me lo traen. ¡Vivo! —Aclaro.

Las llantas rechinan contra el asfalto y el humo es lo único que deja rastro de nuestro paso mientras avanzamos tan rápidos como balas.

Si la dama se muere estamos jodidos. Es la única que podría traer de vuelta a Matteo para terminar de una vez por todas con Domenico.

—Aitara. —Hablo en el walkie-talkie esperando una respuesta que no llega.

Presiono mi pie contra el acelerador, excediendo tanto la velocidad que ya no veo los alrededores, solo sombras que se desvanecen según paso entre ellas.

Mi camioneta es la primera en llegar y alcanzo a ver la suya. Tiene la puerta del piloto abierta y prácticamente me lanzo de la mía corriendo a ella.

Sus pies están fuera de la camioneta, su mano izquierda apenas sostiene el walkie-talkie y la derecha la tiene en el pecho. Está roja y las venas de su frente están más que marcadas. Su mandíbula está tensada y su barbilla tiembla.

Avanzo y trato de llamar su atención, de centrar sus ojos en mí, pero apenas los abre.

—¡Aitara! —Le grito dando palmas en sus mejillas—. Abre los ojos, por favor, quédate conmigo.

No reacciona en lo más mínimo.

—Ruszaj się, sukinsynu, pani umiera!

«Muévanse hijos de puta, que la dama se está muriendo».

Uno de mis hombres se apura tomándola en brazos y subimos a mi camioneta. Él conduce mientras yo me quedo atrás con ella.

—Ya no es él. —Susurra.

—Guarda tus fuerzas.

—Matteo murió hace cinco años...

Su rostro pasa de rojo a pálido y me hace erizar la piel como esa droga es tan poderosa. Es literalmente un subyugador que te vuelve nada, pero la primera dosis siempre puede caerte diferente, y solo tiene tres finales.

Te mata.

Te vuelve adicto.

O es únicamente un placebo que el fondo siempre querrás volver a probar aunque no lo hagas.

—Si yo muero, mátalo o hazlo volver, pero no lo dejes vivir con esos pensamientos... es un arma que no quieres enfrentar.

Abre los ojos por leves segundos y veo como están de rojos. Vuelve a cerrarlos y sus labios forman una sonrisa.

—Papá. —Susurra y frunzo el ceño.

Está delirando.

—Al fin estamos los cuatro juntos otra vez... es lo que más desee estos cinco años. —Dice y tras eso se desvanece en mis brazos dejándome helada.

En cuanto las camionetas se detienen, mis hombres se apresuran y la sacan de la camioneta dejándola en una de las habitaciones donde Maximilian ya nos está esperando.

—Esto lo hizo la bestia de tu hijo. —Digo señalando la cama donde está temblando.

—No está consiente de lo que hace. —Musita mientras busca no sé qué en un maletín.

—Pues estuvo muy consiente para llenarle el cuerpo de drogas. ¡Cuando atentó contra la vida de tu esposa te dije que lo mejor era matarlo!

—¡No voy a matar a mi hijo! —Grita abriendo el maletín de golpe.

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