Capítulo 11.

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Skyfall.

Narrador omnisciente.

El ejecutor de la mafia negra, Matteo Beckett, se mueve por el suelo ruso acompañado del amanecer que se tiñe en el cielo. Árboles es todo lo que ve, pero sabe que al final del largo camino se encuentra Lyev Ivanov, el boss de la bratva.

Fue difícil convencer a Domenico de aliarse a los rusos, pero no imposible. Más cuando el don de la mafia, Matteo Beckett, necesita esta alianza en el futuro.

La alianza de Ivanov no será con Domenico, sino con Matteo, pero el líder de la mafia negra no conoce esta parte del plan.

Matteo sabe cómo mover sus fichas y es lo que ha estado haciendo todos estos años, preparar su mundo y su terreno para su regreso y el de su familia. Él, su mujer y su hijo estarán en la cima, eso ya está escrito por el destino.

Y él lo sabe.

Es lo que merecen.

En cuanto la camioneta se detiene frente a la gran mansión, los hombres armados abundan cargados de armas de largo alcance, listos para matarlo.

Dicho hombre baja de la camioneta con el cuerpo lleno de bombas amarradas a su cuerpo, dejando en claro que un solo disparo, y toda la mansión, explotará junto consigo. Todos saben que esas bombas son creación de Alenka Kozlowski, y dichas bombas no son un juego.

—Я хочу поговорить с боссом Братвы. Нас обоих это устраивает. —Exclama en un perfecto ruso.

«Quiero hablar con el boss de la bratva. Nos conviene a ambos.»

Detrás de la fila de hombres sale el boss quien ve con sorpresa y desprecio al italiano.

—Yo no negocio con italianos, menos con un Beckett. —Escupe con odio.

—Yo no soy Domenico y tampoco vengo en su nombre. Lo que vengo a proponer, nos pone a ambos en la cima de la pirámide de la mafia, y de paso, quitamos del camino a esa piedra que a ambos nos ha estorbado por tantos años.

El italiano capta la atención del Boss que ordena a sus hombres bajar las armas, pero eso no quiere decir que acepte su alianza o que el italiano salga vivo de ahí.

Mientras, La fortaleza de los Beckett se mantiene silenciosa en Italia. Sareth Beckett observa a la pelirroja preparar las armas que llenan la larga mesa del arsenal. La luz del sol se cuela por los grandes ventanales haciendo las pistolas sobresalir y un gran mapa de Europa y Asia está en el centro de la mesa.

El pequeño detalla el mapa y los lugares marcados con una gran X en color rojo sangre. Sus ojos pasan con admiración a la mujer que se pasea al rededor de la mesa, verificando que todo el armamento esté correcto y perfecto para usar.

Sus manos se mueven ligeras sobre estos, tan ligeras como si ella hubiese creado dichas armas.

Todos los antonegras se mantienen en sus lugares custodiando cada rincón sin dejar un punto ciego...

Aitara Maxwell utiliza cada parte de su vestimenta a su favor, llenando su cuerpo de armas en puntos estratégicos. Esta vez no será tomada por sorpresa, pero lo que más lleva pendiente es la jeringa cargada del veneno letal Dominio, que se mantiene en un punto estratégico para ser usada de ser necesario.

A través del gran ventanal se pueden ver las filas de antonegras que se mantienen ordenados y alineados, esperando la orden de su dama.

Ninguno se atreve a moverse de la fila o a romper el perfecto orden sin que ella lo ordene.

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