Capítulo 16.

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Puntos claros.

Matteo.

Lo primero que hago en cuanto el último cae, es girarme a ver que ella se encuentre bien, aunque esa no sería la palabra para describir nuestro estado en estos momentos. Su mano no para de sangrar y la otra la ubica en sus costillas permitiéndose encorvarse unos milímetros y dejando salir un quejido de dolor.

Ni siquiera reparo en las heridas de mi cuerpo, me muevo como un imán hacia su lado y la hago enderezarse.

—Mantente fuerte.

Susurro pegándola a mi pecho y se ve obligada a levantar la cabeza para verme. Su cuerpo completo está manchado de la sangre de estos mercenarios. El cabello empapado de sangre se le pega a la piel y la expresión de dolor en su rostro es remplazada por una expresión inescrutable.

—No te pueden ver débil ni nada que se le asemeje, tendremos nuestro momento, pero no es aquí ni ahora.

Su cabeza se mueve en asentimiento y somos interrumpidos por el sonido de las rejas abriéndose, ni siquiera había reparado en el bullicio que hay por parte de los rusos aclamando el derrame de sangre. Es lo que querían, y es lo que les dimos.

Nos movemos a paso firme saliendo de la fosa y el hecho de que no estoy viendo a Sareth solo me mantiene más alerta y agobiado de lo normal, pero no soy yo el primero en romper el silencio que manteníamos.

—¿Dónde está Sareth Beckett?

Le pregunta a los voyevikis que nos movilizan, pero no hay respuesta por parte de ninguno. Mis ojos se mueven cautelosos sobre ellos, aún no confío ni una gota en estos malditos rusos. Aitara detiene su paso y la imito provocando que la mirada fría de los rusos caiga sobre ella.

—Черт, я спросил у них, где, черт возьми, мой сын, они глухие или какого хрена?

«Joder, les pregunté dónde carajo está mi hijo, ¿están sordos o qué mierda?»

Repite ella y en cuanto uno de ellos trata de acercársele me le atravieso evitando que tan siquiera la mire.

—Mi hijo, es fácil de contestar, ¿dónde está? —Le hablo.

—Don, dama, debemos avanzar. —Habla por fin—. Debo llevarlos a...

—No fue la pregunta y me están colmando la casi inexistente paciencia que existe en mi sistema.

El hombre pasa saliva y tensa la mandíbula. Sé que son unos asesinos que no titubearían en morir por el Boss, pero me importa una mierda. Les dejamos claro que él no podía salir de nuestro campo de visión.

—El pequeño heredero está junto con el Boss.

—¿Dónde? —Aitara habla detrás de mí.

—Camino a una de las casas de seguridad del Boss, pero no...

—Vamos a donde están.

—No, pero...

—No fue una pregunta.

—No puedo llevarlos a donde están, no aún.

—Valoras tu asquerosa vida, así que deduzco que lo harás.

—Cuide sus palabras, esto no es la mafia italiana, su poder aquí no es nada.

—Mi poder va a donde esté yo. Así sea Rusia, Italia, Egipto o el mismísimo infierno. —Le dejo en claro viéndolo a los ojos—. Así que llama a Lyev y avísale que iremos por nuestro hijo.

—Hay unos problemas en Francia, el Boss está solucionándolos.

—¿Problemas en Francia? —Aitara sale de detrás de mí con una cara de preocupación que no puede disimular—. ¿Qué pasó?

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