Confusión abrumadora

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La noche tras absorber el espectro de la niña fue espantosa

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La noche tras absorber el espectro de la niña fue espantosa. No pude dormir por más de diez minutos seguidos. Vi los momentos previos a la muerte de la chica como si yo misma los hubiera vivido. Mi corazón se aceleró, mi cuerpo se empapó en sudor frío, mi estómago se revolvió e incluso grité al ver la navaja que le desgarró la garganta a la víctima. Su vestido de flores y el oso de tela que abrazaba se mancharon de sangre.

En cuanto me oyó, la señora de la casa vino corriendo de inmediato a mi cuarto y encendió la luz de golpe. Al verme pálida y temblorosa, se acercó para abrazarme por enésima vez. Gracias a ella y a su voz melodiosa, recuperé la calma por un rato. Aun así, no me permití quedarme dormida otra vez. Volver a ver el espanto que se llevó la vida de una niña inocente era demasiado para mí. Sin embargo, lo peor de todo no fue haber presenciado eso.

Nunca, en todo mi tiempo como guerrera, había experimentado nada parecido. Recolectar almas errantes jamás había producido efectos negativos físicos o mentales. Más allá de un leve mareo al final del proceso, no sentía ningún cambio en mí. Incluso después de luchar contra los poderosos Dákamas, mi cerebro solo retenía recuerdos de la batalla misma. Jamás supe exactamente qué evento había convertido a todas esas personas asesinadas en vórtices de oscuridad. Esa verdad que parecía inalterable se desmoronó al absorber la esencia corrupta de la niña.

¿Qué me está pasando? Tras largas horas de vigilia pensando en ello, por fin me llega una idea coherente. ¿Qué tal si este extraño cambio es mi castigo por fallar en la última batalla? Quizá Gildestrale está poniéndome a prueba. Tal vez esta sea su forma de saber si soy digna de seguir portando sus marcas. Sufrir lo que cada alma errante sufrió me parece un precio justo por haber incumplido con mi deber. Aprieto los labios y suelto el aire por la nariz muy despacio.

En ese momento, la puerta de mi oscura habitación se abre un poco. Unos rayos de sol se cuelan por la abertura, anunciándome que ya es de día. La señora se asoma con cuidado, probablemente para no sacarme del sueño. Lo que ignora es que no pude dormir ni un poco luego de tener la pesadilla. En mi cara de seguro percibe el agotamiento, pues suspira y tuerce la boca en una mueca de tristeza al mirarme. Encontrarme despierta debe ser una mala señal.

—¡Buenos días, Oli! Perdóname si te desperté —dice ella, apenada.

—No, tranquila —respondo e intento sonreír.

El movimiento forzado de mis labios no se refleja en mis ojos. Ella lo nota enseguida. Lo percibo cuando sus hombros caen, pero no me dice nada al respecto.

—¿Desde hace mucho estás despierta? Espero que no...

—Un rato nada más.

Trago saliva con dificultad. Cada vez me molesta más mentirle a esta mujer, aunque todavía no sepa muy bien por qué.

—Debes estar hambrienta, ¿verdad?

Estoy a punto de negar con la cabeza cuando mi estómago decide responder por mí. El fuerte rugido que emite deja muy claro que, en efecto, me estoy muriendo de hambre.

Segadora de recuerdos y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora