Cada conducta tiene su consecuencia

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La puerta del closet nos empezó a alejar. Yo tenía cada vez menos interés de permanecer en secreto y ella menos intenciones de afrontar su verdad.

La distancia fue aún más marcada durante mis primeros años de universidad. No pasábamos mucho tiempo a solas y se volvían más frecuentes las discusiones sobre si éramos una pareja o no.

Se rehusó incontables veces a ponerle algún nombre a la relación.

Ni siquiera buscaba que lo admitiera en público, solamente quería que reconociera que entre nosotras había algo más que encuentros casuales.

Soñaba con que alguna vez me considerara su novia.

Había llegado al punto de resignarme a esa realidad y conformarme con ello. Pensaba que de esa forma podía esperar a que atravesara sus propios procesos de aceptación y que en algún momento quizás estaría preparada para asumirlo.

Habían pasado varios años desde aquellas primeras estelas de enamoramiento en el depósito de utilería. Nos estábamos convirtiendo en personas muy distintas que por algún extraño motivo no nos podíamos dejar ir.

En cierto punto sentía que una separación era inminente. Incluso se sabía que Lucía tuvo uno que otro amorío con chicos de su universidad.

Yo no estaba en posición de emitir ningún tipo de reclamo. La exclusividad y la dinámica de pareja era algo que no existía en nuestro contrato vincular ficticio. Por más que fueran estatutos que de mi parte sí respetaba.

Durante ese periodo de idas y vueltas decidí concentrarme más en mis estudios y terminé formando un nuevo grupo de amigos. Por primera vez tenía contacto con personas independientes a nuestra historia en común y podía exponer allí todos nuestros dramas.

Era recurrente escuchar que lo mejor sería separarnos y que tal vez, tendría que considerar abrirme paso a nuevas relaciones. Era difícil para mí, porque estar con ella era lo único que conocía hasta entonces.

Cierto día nos reunimos en un bar con nuestros amigos en común. Eventualmente todos se empezaron a ir después de varias horas y quedamos solo nosotras.

En esa semana me habían entregado las llaves de mi departamento, que se encontraba muy cerca de donde estábamos. Lucía no estaba en condiciones de conducir después de tantas copas, por lo que la invité a quedarse conmigo.

Ni bien atravesamos el umbral de la puerta nuestros abrigos y bolsos quedaron tendidos sobre el suelo y comenzamos a besarnos. Ya era casi de manera automática que estas situaciones se empezaban a dar cada vez que nos quedábamos solas.

Fuimos abriéndonos paso entre cajas aún sin desembalar y terminamos sobre el sillón.

Inesperadamente de su boca se escuchó casi susurrando un te amo. Todo se frenó en ese mismo instante y no hicimos más que mirarnos casi desorientadas. Ni bien llegamos a procesar lo ocurrido Lucía se retractó, casi disculpándose, excusándose en el alcohol. Siguiendo con todo un discurso en el que me aseguraba que sus sentimientos eran los de una amiga cercana y que no podríamos ser más que eso.

Quizás un poco cansada de vivir de ilusiones y esperando mi turno para cuando ella quisiera que nos veamos, tomé la decisión de comenzar a tratarla como lo que asumió que éramos.

No terminamos porque no había relación que terminar. Pero luego de esa noche comencé a establecer ciertos límites.

Al principio se me hizo difícil apartarme de la costumbre. Y si que la lloré, principalmente cuando me disponía a borrar sus mensajes, y todas aquellas fotos en las que parecíamos una pareja feliz.

También me fui desprendiendo del hábito de fumar y de cualquier cosa que me recordara a ella.

Había desarrollado tal dependencia que no había aprendido a conducir, ella me llevaba y traía a todos lados. Eventualmente tomé clases y conseguí mi licencia.

Empezaba a abrirme paso a una independencia emocional hasta entonces desconocida.

Para poder procesar aquella pérdida le pedí que por un tiempo no nos veamos, que no nos hablemos.

Me refugiaba en mis nuevos amigos de la universidad, quienes fueron los testigos y únicos confidentes de aquella eterna novela que parecía nunca acabar.

Pasaron algunos meses y de pronto me encontraba días enteros sin pensarla, sin necesitar saber de ella.

Además comenzaba a habitar mi nuevo espacio, mi nuevo hogar que con respecto a Lucía solo guardaba el recuerdo de aquella breve despedida.

Estímulo y Respuesta (GL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora