Era un buen día para tomar café, el frío empezaba a asomarse por cada calle y rincón de la ciudad y su viento helado haces que Anna y Marcus se apresuren a entrar a la cafetería que la joven había elegido.
-Aquí está bien- Hablo Anna sentándose en una mesa retirada.
-Estás demasiado misteriosa y eso no me gusta- Marcus, se despojó de su abrigo, dejándolo en la silla a su lado junto con su bolso.
-Los chismes del Clan se esparcen como el viento... Ya sabes de la muerte de mi abuelo- Afirmó, quien no se enteraría de la muerte de alguien que perteneciera al Clan Mckean.
-Si lo supe y ya mandé mis condolencias a tu Padre... ¿Cómo lo están tomando?- Pregunto con un tono respetuoso.
-Bueno, murió a los ciento ochenta dos años... Y estuvo mucho tiempo enfermo... Lo esperábamos... Creímos que tendría unos años más de vida... Pero la vida y la muerte siempre dan sorpresa- Dijo con un poco de tristeza.
Generalmente, los licántropos viven hasta doscientos años y comprendía lo que Anna intentaba decir.
-¿Y en qué te puedo ayudad?- Pregunto Marcus.
-Bueno... mi abuelo me dejo una herencia- Empezó hablar revolviendo la taza con café caliente, como si esto pudiera calmarla.
-Creo que estás hablado con el ser incorrecto, sé muy poco de herencias, deberías preguntar en otro lado- Dijo Marcus mirando como Anna seguía haciendo círculos con la cuchara en su café.
-Marcus deja que termine de hablar- Refunfuñaba, dejando la cuchara en el plato- Mi abuelo me dejo una herencia con una cláusula... Una cláusula que si no la cumplo lo perdería todo, incluso la casa de mis padres.
Conocía a Anna desde hace muchos años, vivía al lado de la cabaña de sus padres separados por unos doscientos metros, ella se encargaba de dejarle a él y a sus hermanos sapos y culebras en sus zapatas cada vez que los dejaban en la entrada delantera de su hogar, también era la encargada de encerrar algunos murciélagos en el dormitorio de Adolfus y llenar sus bolsos de gusanos.
Con el tiempo todos crecieron y Anna dejo de molestarlo y a pesar de las bromas que les hacía, siempre se reían de sus travesuras, lo atribuían que Anna era hija única y no tenía hermanos con quienes divertirse y a que viviera con sus padres y su único abuelo, lo que para una niña de quince años debería ser totalmente aburrido.
-Anna, aún te espero- La alentaba hablar.
-Marcus- hablo revisado su bolso, sacando unos documentos, mostrándole con el dedo donde tenía que leer- debo casarme para recibir la herencia.
-Suerte con eso- dijo levantando la mirada, mirando los ojos desesperados de Anna-. ¡Oh!... No lo haré- Dijo tomando su abrigo, poniéndose de pie para marcharse cuando entendió lo que Anna quería pedirle.
-Marcus... Marcus... Espera- Le pidió pagando la cuenta saliendo detrás de él- Marcus cásate conmigo.
Pudo escuchar cómo las sonoras carcajadas de Marcus salían de su boca sin ni siquiera tomarse el tiempo de mirar hacia atrás.
-No- Y siguió caminado sin mirar atrás- No, Busca a otro.
-Marcus solo escucha- Dijo alcanzándolo tomándolo del brazo- Lo perderemos, todos quedaremos en la calle, por favor, Marcus... Estuve días buscándote... Cásate conmigo.
-No. Yo pensé que la etapa de hacernos bromas, la habías dejado cuando creciste, pero sigues tan bromistas como siempre, me reiré mucho cuando les cuente a mis hermanos.
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Marcus y Koji
FantasyPara las personas a las qué le gustas las historias de fantasía románticas y llorar pero con un final feliz Este es el cuarto libro de la saga