Capítulo 2

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—Estoy condenado. Lo sé. Mis errores me persiguen, ¿por qué me hiciste diferente? ¿Por qué mi carne es más fuerte qué mi espíritu? ¿Es mi pago por romper el silencio? ¿O es mi castigo por no hacerlo a tiempo? Con la muerte de los escogidos antes de la fecha, temo por ser el siguiente en la lista... Piedad, piedad, por favor... sé que escuchas mis oraciones, otórgame tu absolución.

Capítulo 2

El infierno solía ser descrito como un escenario lleno de fuego y podredumbre. Llamas que consumían todo a su paso e impregnaban cada parte de un insoportable hedor a azufre, y seres demoniacos que te torturarían sin descanso día y noche. Un lugar a donde los pecadores eran condenados como castigo por sus ofensas y por apartarse del camino de Dios.

Pero, ¿por qué fui enviado a este infierno terrenal? Aquí habitaba un lobo disfrazado de pastor. ¿Qué habíamos hecho nosotros para merecer estar aquí? A simple vista, el orfanato parecía un hogar dulce y acogedor, pero detrás de esa fachada éramos torturados por una persona que debería representar la voz de Dios. Ser huérfano fue lo único que hicimos. Algunos, como en mi caso, nunca conocimos a nuestros padres.

¿Por qué mi infierno era tan oscuro y frío? ¿Acaso me lo merecía?

Ahí, a punto de bajar la escalera para llegar al primer piso, no podía evitar pensar en lo que significaba el infierno. No era una buena señal, pero ya era demasiado tarde para retirarme. Mi corazón latía con tanta intensidad que parecía querer salir volando por mi boca. Mis manos temblaban de solo imaginar como iba a sumergirme en las tinieblas y me arriesgaría a sufrir semanas de los más dolorosos castigos si era atrapada.

¿La razón de todo esto? Estaba harta de vivir bajo las exigentes reglas del orfanato. Era prisionera de mi propio "hogar" y si me limitaba a quedarme con la cabeza agachada solo cargaría arrepentimientos.

Transformé todos mis temores en frustración y enojo, usándolos para engañar a mi cuerpo el suficiente tiempo para que pudiera actuar. Mientras mi sangre se calentaba de pensar en todas las injusticias que vivía en el orfanato, di los primeros pasos para bajar por la escalinata. Mis pies fueron recibidos por la alfombra áspera que servía para evitar que la madre Anna o los más pequeños se resbalaran. Seguí adelante con cautela, sin descuidar el peso con el que apoyaba los pies, ¡la madera no debía crujir!

La luz de la luna me abandonó por completo, dejándome en absoluta oscuridad. Sentía frío, pero sudaba y mis manos temblaban. Bajaba con cuidado, sosteniéndome del barandal para alivianar mis pisadas. Cada escalón me acercaba más a mi objetivo. Y a la habitación de la madre Anna.

Ella debía estar durmiendo, con la puerta sin llave, su biblia bajo la almohada y una linterna al lado, lista para acudir a cualquier sonido con su expresión más terrorífica. Parte de su arsenal eran su entrecejo fruncido como un acordeón y ojos negros que parecían drenarte el alma. Pero lo peor era su voz... aquella voz que se raspaba por su garganta. Penetraba en tu mente, sus amenazas te infectaban al igual que una enfermedad mortal, atormentándote día y noche.

Un escalón más. Otra pequeña victoria.

La luz tenue y plateada de la luna volvía para iluminar el pasillo del primer piso. Las siluetas negras de las mesadas y estantes madera me ayudaban a ubicarme. Sin siquiera pensarlo, logré salir de las escaleras y me moví deprisa hacia el lugar contrario al que se encontraba la habitación de la madre Anna. Justo en la otra punta, al final del pasillo, estaba la puerta que necesitaba.

El silencio me mantenía tensa, no paraba de voltearme y asegurarme que ningún foco se prendiera. Casi que podía sentir los ronquidos de la madre Anna saliendo de su habitación, su presencia me hostigaba incluso cuando dormía. Debía estar alerta al más mínimo sonido, si quería tener alguna posibilidad de huir en caso de emergencia.

No Todos Los Huérfanos Van Al Cielo #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora