—Yo, Héctor Aguirre, me postro ante vos, heraldo de la paz y la prosperidad; someto mi espíritu a tu incuestionable voluntad. Quita las tribulaciones de mi carne y bendice lo que podría ser mi último año de vida. Perdóname por mis herejías y... dame la fuerza para honrarte en el día de la selección. No confundas mi temor con falta de fe, solo soy alguien joven y débil. ¿Pedir por mi vida se considera blasfemia? No quiero morir, pero tampoco desobedecerte; ten compasión y absuelve mis transgresiones, por favor, ten compasión.
Capítulo 4
Era difícil dejar de soñar, de perseguir lo que siempre quise desde pequeña. ¿Por qué seguía pensando en ello a pesar de que ya no lo quería? ¿Cómo debería llamar a este sentimiento al qué me aferraba? No vinieron por mí cuando era niña y los necesitaba, me cansé de esperar. ¿Pero por qué aún sentía algo de emoción y esperanza cada vez qué venían visitas?
No quería irme. Tampoco quería quedarme. Estaba confundida.
Eran casi las 6 pm del sábado. Me encontraba en el salón de bienvenidas del orfanato, luciendo mi sonrisa más falsa y amable, teniendo cuidado de no exponer mis dientes y así no mostrar mis imperfecciones. Parecía una muñeca, impecable por fuera, pero hueca y vacía por dentro. Era un mero adorno. Llevaba un vestido de una pieza de color azul marino, el mismo que también usaba de niña y debía recogerlo para que me llegara hasta los talones. Ahora, con algunos retoques que tuve que hacerle, apenas y me cubría las rodillas.
Los mocasines beige me apretaban los pies y me raspaba la parte de arriba del talón. Eran duros e incómodos, quería tirarlos por la ventana. Mis rizos estaban esponjosos y brillantes, se podría decir que eran los únicos de buen humor en el lugar.
Debajo de mi vestido llevaba vendado los pechos, lo más apretado posible, era un mal hábito con el que me hice al crecer. Una forma tonta e inocente de querer aparentar ser más niña de lo que en realidad era, como si con ello pudiera llamar más la atención de las parejas que venían a adoptarnos. Nunca funciono. Y no sabía por qué me seguía aferrando a esa idea.
La espalda baja me dolía, estar de pie era una agonía constante, estuve los últimos tres días lavando a mano cientos de prendas. Aún no recuperaba la sensibilidad en los dedos, pero podía darme cuenta de que temblaban de nerviosismo. Estaba tan ansiosa como incómoda.
—Respirá, Juli, tranqui que no va a pasar nada —susurró Agustín, mirándome por el rabillo de su ojo, estaba parado a mi lado—. Si no podés hablar, déjame a mí —agregó, tomando mi mano y apretándola con más fuerza de lo normal. Él también estaba nervioso, pero quería ayudarme.
Agustín lucía una elegante camisa celeste, abotonada hasta el cuello, con un moño negro. Lo hacía parecer alguien más maduro, además llevaba el pelo mojado y casi, pero casi, que lo tenía bien peinado. El hopo rebelde de su frente no le temía al agua, ni a nadie, no se iba a dejar vencer.
Llevaba un short que le quedaba algo corto, toda la ropa que usábamos era reciclada y por lo general no había para chicos de nuestra edad. También parecía que le molestaban los mocasines negros, no dejaba de acomodárselos.
Mientras esperábamos en silencio, los segundos se hacían largos y tortuosos. No podía quitar los ojos de la puerta de entrada, quería que se abriera de una vez para terminar con esto.
Miedo, ansiedad, nervios, tristeza, rechazo y algunos toques de esperanza, era la mezcla de emociones que me agobiaban y terminaban dándome ganas de vomitar. Los días de visita eran demasiado estresantes, nunca pude acostumbrarme a ellos.
El picaporte de la puerta bajó y su sonido metálico era más que suficiente para que dejara de distraerme. La puerta se abrió de forma lenta y entró una pareja llena de entusiasmo. La mujer atrapó toda mi atención, tenía el cabello corto y de color rubí, bien estilizado y con un buen volumen en la parte de atrás. Su rostro era bello y simétrico, con cejas bien perfiladas, pómulos rosados y un mentón pequeño y en punta. Llevaba unos lentes de color negro y los labios parecían unos deliciosos caramelos, pintados de un rojo brillante.

ESTÁS LEYENDO
No Todos Los Huérfanos Van Al Cielo #PGP2024
HorrorMi único pecado, nacer; mi castigo, ser enviada al orfanato Manuel Antonio en Santiago del Estero, Argentina; mi tortura, no ser rescatada a tiempo de este lugar horrible. La madre Anna se encargó de enseñarme sobre Dios y la belleza del cielo, pero...