—Mi desidia me ha llevado hasta aquí. ¿Acaso mis oraciones se han vuelto inútiles? ¿Debo de cerrar mi boca y aceptar mi cruel destino? No me desampares, señor mío, aún te temo y me someto plenamente a vos, solo ruego para que no me desampares. ¿Acaso no eres tú quien otorga el querer como el hacer en nosotros? ¿Por qué me hiciste diferente y descarriado? Cubre mi espíritu con tu presencia y aliviana el peso de mis hombros, otórgame la paz que necesito en este momento de desesperación. No estoy listo para ser seleccionado como ofrenda...
Capítulo 3
Jamás sentí que Dios me escuchase. Sin importar que tanto rezara o lo buscara, siempre me ignoró. Con el paso de los años, dejé de creer en Él y me resigné a soportar las desgracias de mi vida. Si de verdad le importara, nunca me habría abandonado en este horrible orfanato, bajo el yugo madre Anna.
¿Alguna vez prestarás atención a mis plegarias?
La luz de la linterna se aproximaba con furia, cegándome como si se tratase de un faro en la oscuridad. Cerré los ojos y aparté la mirada, en un mísero intento de escapar de ella. Sin embargo, no había donde huir, la madre Anna venía directo hacia a mí.
Estaba segura de que este sería el único momento en el que mi piel tendría un color blanco leche. Podía sentir la amargura corriendo por cada una de mis venas, pronto los gritos de la madre Anna romperían el silencio frágil de la habitación.
Todas las niñas alrededor estaban desconcertadas, mirando con atención y miedo lo que sucedía. Recién se despertaban, no habían hecho nada, no tenían de que preocuparse, pero la mera presencia de la madre Anna las dejaba sin aliento y les había arrebatado el sueño.
Me encontraba resignada, aferrándome a la suavidad de las sábanas, tratando de que la delgada tela sirviera para protegerme. Era un pensamiento inocente y desesperado, nada ni nadie podía salvarte de los tortuosos castigos que imponía la madre Anna.
"Padre Nuestro qué estás en los cielos, santificado sea Tu nombre; venga a nosotros Tu reino...", rezaba una y otra vez, algo que no había hecho de manera sincera en mucho tiempo. Mi miedo me hizo recurrir a Él, en un manotazo de ahogado, esperando que sirviera de algo para apaciguar al demonio que se acercaba.
La madre Anna se detuvo al lado de mi cama y se quedó en silencio observándome. Luchaba contra mis lágrimas para que no salieran y me esforzaba por controlar mi respiración para no parecer culpable. Pero era en vano, tiritaba y mi pecho se contraía de manera errática, como si me tratase de un pájaro enjaulado.
Ella bajó un poco la linterna y dejó de encandilarme, permitiendo que pudiera distinguir su figura en las penumbras. Su pijama gris de una pieza la hacía parecer un espectro que deambulaba lleno de odio y resentimiento. En su arrugado rostro se dibujaba una sonrisa terrorífica, la misma que había visto cuando habló por teléfono.
¿Por qué sonreía? ¿Qué era lo que podía hacerla tan feliz? No lo sabía. Y estaba segura de que tampoco era bueno saber.
Sus mejillas apenas y tenían algo de carne, se hundían y dejaban ver sus marcados pómulos, junto a una desagradable verruga que estaba del lado izquierdo. La noche realzaba cada malévolo detalle de ella, convirtiéndola en algo mucho más espeluznante de lo que normalmente era.
No tuve la osadía de mirar más arriba, a sus ojos oscuros y vacíos, eran dos pozos sin fondo dignos de un verdadero demonio. Ya estaba condenada, debía tratar de no empeorar todo. Si eso era posible.
—¿Q-qué su-sucede, madre Anna? —pregunté con la cabeza agachada. Mi voz se partía en pedazos, me era imposible aparentar ignorancia. Además, tenía toda la boca seca.

ESTÁS LEYENDO
No Todos Los Huérfanos Van Al Cielo #PGP2024
TerrorMi único pecado, nacer; mi castigo, ser enviada al orfanato Manuel Antonio en Santiago del Estero, Argentina; mi tortura, no ser rescatada a tiempo de este lugar horrible. La madre Anna se encargó de enseñarme sobre Dios y la belleza del cielo, pero...